PAJARES DE LA LAMPREANA

Villa de la Tierra del Pan
 

 

Y

 

 

 



 Gerardo González Calvo

Antología poética

(1992-1998)


 

Ofrezco una selección o antología de mis tres libros de poemas publicados entre 1992 y 1998.

 



CONSTANTE ALREDEDOR (1992)

 

LUNES

Todos los lunes a las seis en punto

la ciudad amanece deslomada,

se encarama la aurora a las farolas

y las esquinas tallan su perfil.

 La casa es un rumor de zapatillas,

grifos, espejos, prisas y alborotos.

Repican en los bolsos los llaveros

y un hasta luego abruma la pared.

 La calle se repuebla de urbanitas

con el afán de un metro en cada pie,

rostros que avanzan,

                             niegan,

                                     se diluyen.

 Un vendaval de rictus

estalla en el andén. Las bujías

alumbran titulares en negra:

Somalia, Etiopía, corrupciones

y un letrero que exalta las rebajas.

 Un funcionario olvida

que es un lunes de abril.

Cierra los ojos. Una voz le sugiere

que prosiga, que niegue la estación,

los buenos días, la mesa de nogal,

el fichero metálico,

la agenda y el teléfono.

Un silbido le ofusca la razón

y salta hacia el andén.

En seis minutos toma café,

resuella y ficha.

 

 CONSTANTE ALREDEDOR

 La gente cruza bocacalles,

un paso subterráneo, entra en el metro,

sube,

       baja,

             suda,

estruja un cigarrillo,

                              carraspea,

se ajusta el pantalón,

                             desaparece.

 Una ciudad hostil, llena de puentes,

de sótanos, de túneles,

donde la luz se angosta

y el zumbido se mide en decibelios...

 ...Una ciudad así, roma y caduca,

desprovista de roces y palabras,

es el precio por tanta transgresión.

 

 SIMULACIÓN

 Esta noche se cuelga de los hombros

hastiada de las diez y los semáforos.

Hora de simulación y parsimonia:

se promueve la cáscara

en perjuicio del huevo.

La estética ha vencido a la razón.

 A caballo del ritmo y de la imagen

el eslogan sofoca los ijares

y nos remite al reino de lo vacuo.

Lo que no es, persiste,

nos persuade; evasión que se masca,

sed que gusta,

voz varonil de coches y coñac.

 Lo intuyó McLuhan

en el ambigú de su aldea global:

la fuerza el símbolo,

nada detrás, delante ni en el fondo;

solo las bambalinas,

el medio y el que media.

 Esta noche remata somnolencias,

asperezas que anidan en los ojos

exhaustos, las aceras,

y nadie ha reparado en el horror.

 


 FUE CAYENDO LA TARDE MANSAMENTE

 Con una despedida a pie de metro,

la mano rezumando compasión

y dos impertinencias

-ojos o pies o senos,

¿quién lo sabe?-,

fue cayendo la tarde mansamente.

 La noche saludó mi aparición

con una bocanada de improperios.

En el andén quedó sin más reparos

un gesto descortés. Y se fue

diluyendo la apariencia

por una acera hostil a las farolas.


 A LO PEOR FUE AYER

 Todos andan atados a su miedo,

medio matados ya

en la mente de un sabio,

rotos, aniquilados,

reducidos a escombros,

                   una,

                              dos,

                                tres,

cien veces.

 Es la posrealidad ya procesada.

Si la estrategia exige,

si el orden,

si la idea,

mañana puede ser.

 A lo peor fue ayer

y somos ya cadáveres.

 

  AQUEL DÍA DESPUÉS

 Serán estas u otras voces

y estarán destempladas las guitarras

aquel día después, desquiciadas

las puertas, abiertos los cerrojos,

un grito derretido, los pájaros sin alas

y hasta el viento afilando alguna esquina.

 Por rellenar los trojes, vacías las tinajas,

los álamos sin hojas, las cárcavas sin nidos,

ausentes las cigarras y desnudos

los tálamos. Ni un eco por el valle.

Solo los adoquines, barro y desolación.

 Bajarán Mahoma con Alá, el Hijo con el Padre,

Buda y los Siete Sabios, Ntú y el rey David

para reconocer a sus adictos y amortajarlos

con su aliento. Un llanto ecuménico

velará tanto despojo y lloverá fuego

antes de que empiece a germinar

la gota de rocío que engendró el barro,

del barro la costilla... Adán y el Paraíso.

  

  PLENITUD

 I

Cuesta creerlo y a fuerza de estrujarlo

va destilando fuentes el rocío.

Por mucho que se inviertan los espejos

los objetos se quedan donde están.

Es el ojo el que los trasmuta

como el sentimiento los olvidos.

 No es posible horadar un vacío,

ni plisar sudarios en un columbario;

pero sí descifrar las huellas

de todos los sueños que has urdido.

 

II

Inmanencia es lo perdurable

y lo caduco que ha dejado un rastrojo

en las veredas del alma.

 La nimiedad es la objeción al todo.

No es menos verdad la vara que el kilómetro,

la pera que el gusano,

un grano que una parva.

 

III

Hay nombres que solo encierran azar,

veleidad o capricho;

otros revierten tildes como filos de hoces.

 Los mundos que añoramos

están sin bautizar, pero ya son

metáfora y sangre,

tensión, pujanza, duelo y explosión.

 

IV

Hemos perdido sueños, espejos, resplandores,

nombres que ahora tiran

como Tritones de nosotros.

 Nos limitan, nos colman, nos ensanchan,

se aferran como esguinces a las venas,

acechan como soles cenitales.

 Son lo anterior y el pos,

el meollo y la forma,

la incipiente crisálida

en busca de su estancia transitoria.

 

 ESTE SILENCIO

 Este silencio grita,

quema

y enloquece

más que cien mil palabras.

Me golpea los ojos

y en la sangre

horada hasta mi nombre.

 Las paredes me aplastan,

las sillas me escudriñan

y aquel rincón

se estira amenazante.

 Este silencio envisca,

ladra y repercute

como mil disonancias.

 

 TAL COMO SOY

 I

Puedes disfrazarte de alguien por la calle,

llamar a un amigo, escuchar

Just as I am o escorarte

a las diez de la mañana

sin otra cofradía que un bostezo.

Pero si nadie ausculta tu fatiga

un lunes por la tarde, ni rescatas

las horas fugitivas, huye antes

de oír la melodía. Estás a tiempo

aún de remediarte.

 Mira, amigo, lo tuyo es resolverte.

Nadie va a darte nada que no tengas

en alguna fibra, ni siquiera un rebojo.

Con todas las certezas en los hombros

carga con la vida a cuestas

y camina sin más remordimientos.

 

II

Vivir es algo más que prolongarse

a lomos de los años. Tres recetas

para embaucar al otro quién no sabe.

 Lo malo es sorprenderse cabizbajo

en alguna vaguada, sonrojarse

de estar entre dos sombras

con los ojos vacíos de paisajes.

 Para llenarte a fondo de tus sueños

no precisas alforjas; solo entornos

con dos o tres dedales de razón.

 

  FUGA A LO ELEMENTAL

 Los peldaños del tiempo

superponen certezas, convicciones,

dudas en los rellanos. Hacia arriba

la luz, abajo la razón

en desabrazo siempre con la vida.

En vano se alborotan los guijarros

a ras de suelo, lecho de los ríos

por donde fluye el agua mansameente.

Nadie sabe quién indujo al salmón,

por qué meandro estalla el movimiento.

 O por qué tanta penuria castellana

tozudamente en pie, dolida

y esquilmada.

 ¡Quién le iba a decir al pedernal

que era suya la luz!

En su arista el fulgor,

la llama que crepita

purificando el haz de la materia,

lo oscuro y el deseo.

 ¿Por qué lamió la llama aquella brisa?

No debeló el ocaso

las auroras, ni acaparó

el fragor de la mañana.

 ¿Cuál la verdad total

aquí y después,

la gracia,

el colmo,

la evidencia?

 Fuga a lo elemental

para agarrar el sol por donde sale,

una gota de agua,

tierra y fuego

o el aire

que trasciende la montaña.

 

  NOMBRES

 Nombres, aquellos que se fueron

y nunca se marcharon.

Nombres de ayer y ahora

huellas, rasgos, espejos,

rincones escorados.

 Y van y vienen

como un dilema en clave

trazado a ras de suelo.

 ¿Quién no ha visto colarse

entre los olmos

de una mañana tibia

el borde de un recuerdo?

¿Quién, a las tres en punto,

no ha roto el sortilegio

de un pensamiento en vano?

 Nombres tensos, delgados,

esbozos de añoranzas

que denotan recelo.

Se fueron por azar

y espero su clamor

para empezar de nuevo.

 

 Incertidumbre

 Lo malo es si no avisa

y ¡zas!, te aplasta de repente

como un alud el brote de la jara.

 Y yo sin despedirme

ni siquiera de mí y de cuantos fueron

sombra de alivio o roce,

aquel fugaz rescoldo,

los ojos de la galga,

el césped en abril,

un folio y el seis doble.

 

  Hora final

 Este reloj de días y segundos

como buitre carnicero

me devora la vida a picotazos.

Todo el tiempo girando

con ademán austero, tejiéndome

y cercándome con horas errabundas,

desde el primer momento

tan plenas e implacables.

Me revisa los pulsos,

sabe tanto de mí que me estremece

y, a fuerza de constancia,

rematará el segundo irrevocable.

 

RECUERDOS


Hay recuerdos

que tiemblan como mimbres,

a veces mudos,

otros jadeantes.

Van calando en fervor de procesión,

Corpus de infancia,

pendones, hojarasca,

bardas punzantes,

velos, ataúdes,

y la campana lejos,

una esquila lamiendo la mañana,

la fuente goteando

y un vencejo de abril

terco en el aire.

 Hay recuerdos obviados,

revenidos,

que rezuman carencia y ocasión,

algo que regenera los sentidos,

soplos de sombra,

escaños,

cualquier tarde,

cancinas,

canalones

y un salterio de holas.

 Recuerdos lisos,

fijos en cada poro,

alborotados,

quietos,

drenados en colaguas

sin hedor,

tersos como alfarjías.

 Y van y vienen

solos, sin embridar;

cabalgan a galope

para acabar

triscando soledad.

 Son lo nuestro más hondo,

cántaros rebosantes,

una escalera tibia,

un roderón,

alforjas,

la levadura blanca,

el horno al rojo,

pan reciente.

 Son los recuerdos míos,

tuyos,

suyos,

nuestros,

hechos de savia propia,

más allá

de sí mismos,

de ti,

de ellos,

de nosotros.

Encierran lunes,

celos,

años,

fuelles,

vidas,

novenarios,

noches de añil

y bolas de alcanfor.

 Cada cual es recuerdo

y poco más.

 

 ELOGIO DEL GORRIÓN

 Un pájaro muerto es poca cosa,

tal vez hieda,

pero grita en su ala el universo.

 Sobrevoló los campos muchas tardes

ebrio de libertad

y abrevó en los regatos.

 Supo cantar a tiempo y columpiarse,

huir del ojo avieso

y camuflar el nido.

 Todo lo hizo bien

sin más deseo

que remontar el aire.

 No almacenó gusanos.

Se limitó a saciarse

lo justo cada día.

 No ambicionó las rocas

ni ver como el halcón.

Le bastó con ser pájaro.

 

Impotencia

 Tú eres risa cuajada

y yo congoja,

soplo amainado y hoja

que se aja.

 Tú eres lumbre de leña

y yo ceniza,

débil rasgo de tiza

sobre peña.

 ¡Y qué plena de mieses

vas, mujer,

y qué pena me da

de no poder!

 

 HASTA EL FONDO DE TI

 Vine a abrevar augurios en tus ojos

y a dibujar palomas

en todos los abismos de tu piel.

Me estremecí contándote las lomas

hasta el fondo de ti, tan hondamente

que me llené de todos tus deseos.

 Me fui después envuelto en aldabones,

afín con el camino y todo el mundo,

más hombre y más humano.

 Ahora sé que somos necesarios

como el roblón y el gozne.

Ya no puedo esperar a que amanezca.

 

 JUEVES POR LA TARDE

 Algo me brinca por el cuerpo adentro

con un clamor urgente

amasado de entrega. Es un fuego

fontal, brasa encendida

que me abruma y me quema.

 Bajo los estambres de tu piel

voy anidando esquejes

de desvelos y ausencias

que inquietan los sentidos.

 Por ti y para ti renuevo

los jueves por la tarde

pensamientos al filo de las seis,

un escuadrón de pájaros en vuelo,

mientras resuelvo en humo los cigarros.

 Bajo las colinas de tu sien

quiero albergar mis sueños,

todo un plantel de cantos

y hasta la pertinacia de mis penas.

 Pues tú eres, mujer, sueño y alquimia,

ritmo de curva y dicha bosquejada,

y corre por la loma de tu piel

una añada de luz que me alborota.

 

 SI TÚ LO QUIERES

 Estoy muerto

cuando tú lo digas

cuando tú lo pienses,

cuando tú lo quieras.

 Y resucitaré

si tú lo crees,

si tú lo pides,

si tú lo esperas.

 

 SOLO EXISTEN LOS QUE AMAN

I

Los que no han tocado arpegios

en la guitarra de un vientre tremolante

y vencido, los cangilones vacíos

que solo beben agua en los piélagos

de sus deseos, esos y aquellos

que prevaricaron con eslóganes,

son vástagos de pavesas sin rechistar,

pasto de desolación.

 

II

Solo existes cuando entregas

las horas y el reloj, los pensamientos

más ocultos, las tejas y el tejado,

el carcaj y las flechas, los esquemas

y todo el corazón.

 Si has regado las venas

con el esperma de la ambigüedad

y la amargura, si solo ves esquinas

que no rozaron dedos o entonas

melopeas de cláxones,

tienes el linaje de los sembradores

de moho, híbridos de alquitrán

y risa carcomida.

 

III

Solo existo cuando pierdo

el atolón seguro, certidumbres,

razones y argumentos, el eco

de todos los gritos, el rol

de los semáforos y hasta la sindéresis.

 Si voy alquilando cíngulos

para anudar caricias y resortes

sumisos, acotando vaho por las plazas

afín a los viepremas,

tendré que ir abriendo brocales

en cada poro de mi alma,

para arrojar por ellos los nombres

de todas mis certezas.

 

 PARA SEGUIR VIVIENDO

 Necesito tus ojos para estrenar mañanas

audaces, rojas como hornos,

un plenilunio revisando pómulos

y un rincón.

Tus manos para rozar colinas y vaguadas,

el astracán rizado de los poros,

pies descalzos recolectando pausas

y caderas.

Tu paladar para gustar el liquen que destila

el aliento, un labio húmedo, hombros

al alimón, el rezumante ámbar

de los párpados.

 Tu oído para escuchar adagios en el diván

mullido de la piel, risas, palabras,

disgresiones en clave, cuatro quejas

y un silencio.

 Tu olfato para captar esencias en la loma

de la sien, el aguinaldo del fémur

terso como el espliego, el ambigú

de los senos.

Necesito tus cinco conjuros sensitivos

para seguir viviendo.


 

 

 

 

 

 

 

 

ORÍGENES (1996)

 


Todo canta aquí la vida de otra manera.

                                       Rainer María Rilke

La palabra del alma es la memoria.

                                       Luis Rosales

 

 

 

 RETORNO

 

 I

Me lo dije una noche de pavor:

«Vete a ver, por si acaso, los rastrojos,

qué es lo que queda aún,

qué es lo que engarza

aquel amanecer y estos ocasos».

Sopesé la sorpresa:

no sonará en los yunques

el ardor de los machos,

ni cantarán los bujes a coro

con los gallos, ni sudará la

pana en cansinas mañanas.

Pero urgían los sueños:

estarán las callejas,

idénticos los pernios,

los gestos y las tapias.

 Era mi convicción cada mañana

al coger el llavero y barruntar esquinas,

la Babel de los cláxones...

todos los lunes a las seis en punto.

Y la memoria anclada

en esas parameras,

como raíz y lumbre

de un gañán a deshoja.

 

II

Hoy he vuelto a los campos

 a respirar y a cerciorarme

si aquellos madrugones

sirvieron para algo,

si aquellos cerros,

si aquellas hoces,

si aquellos desconsuelos.

 «Vete a ver, por si acaso,

los rastrojos».

Ya  veo,

ya estoy viendo los campos

con escarchas de ozono,

las colleras ajadas,

los trillos desdentados

y las tardes

colmadas de bostezos.

 Más ricos, sí

–«¿a dónde va a parar?»–,

y mucha menos pana.

Más orondos

y mucho más apuestos.

Parecen señoritos de ciudad.

 Pero de mielgas,

nada;

y de viñedos,

nada;

y de proverbios,

nada.

 

III

Bajo el regodeo de las bardas

chiflaba el capador

y el aire se llenaba de sentencias.

Este bar fue la fragua

–digo para la historia–;

allí soplaba el fuelle,

en medio la bigornia

y alrededor los hombres

aguzando deseos

a coro con los machos.

 ¿Quién no recuerda a Carpas?

¿Quién olvida las chispas,

quién olvida los fuelles,

quién las mozas bizarras,

quién las seis de la tarde?

 ¡Qué lejanos los ecos!

Ni fraguas,

ni sobeos,

ni el adagio del carro

al roturar el alba.

 

IV

Fueron años muy duros

–quién lo duda–,

y de fríos jergones.

Pero también de murgas,

y de jeras sublimes,

y de humeros airosos,

y de puertas colmadas

de pregones y holas.

 Son otros tiempos

(claro;

pero las mismas tierras

cada vez más baldías).

Y cocinas de gas.

Qué adelanto

encender el mechero

y ¡zas!

la lumbre sin hollín.

Y los pucheros,

¿dónde?

 Y las salas,

¿quién las cuaja de cal,

si están vacías?

 

V

«Llegarán en agosto»,

dice ella ovillando recuerdos.

Y llegan en agosto

con coche y bien vestidos

a presumir de empleo.

 Empiezan a dar órdenes:

esa pared es vieja,

la cuadra huele mal,

el sobrao es muy bajo,

el corral hay que reconvertirlo

en garaje y terraza.

 Poco a poco la casa

se transforma en un piso.

Y la madre se queda

sola con sus recuerdos

al ajustar la aldaba.

 

VI

No he venido a evocar

ni a resignarme,

no he venido a llorar

sobre la herrumbre

de un pasado vencido,

ni a recaudar nostalgias.

He venido a encontrar

alguna esquirla

que fragüe el eslabón

y me estremezca.

Y con esto me basta.

 

 SÁBANA EN LA PRADERA

 Esta sábana tibia que orea la mañana

es mucho más que tela.

Hace poco latía aún en la artesa

ungida de jabón. Era como un amasijo 

ebrio de manantiales y senaras

y, al retorcer el paño, cayeron exprimidas  

las gatuñas de sueños sin cuajar.

 Quizá enjugó una lágrima

que barruntaba olvido,

el gorgojo acechando en la lindera,

los arbitrios y el guano.

 Alfa del éxtasis esa urdimbre sutil

que alegra la pradera,

cañamazo de sueños y escozores

que todo lo arroparon:

cuerpos rudos y ardores incipientes,

sudores y caderas, desconsuelos,

murmullos y temblores

de pezones agudos como brasas,

de abrazos con sabor a sementera.

 Esta sábana tibia que orea la mañana

es mucho más que tela.

Allí brotó la vida llanamente,

y allí se descompuso la mirada.

En estos cuatro puntos cardinales

que ahora regeneran la pradera.

 

 

TAPIAL

 Fue grollo antes que muro,

humilde barrizal sin levadura

al borde de lagunas desconchadas.

 Allí regeneró juncos y gramas

de estirpes insolentes

hasta que un día un hombre

y una azada rompieron su quietud.

 Otra vez lo primario en pugna elemental:

agua y tierra donándose

en la artesa del campo.

Bodas de barro y paja fundidas

como obleas con tesón y denuedo.

 Casas, huertos, cercados, palomares,

paredes amasadas de paciencia

que aguantan sin resquicios ni fisuras

el resquemor del tiempo.

 ¡Y con qué mansedumbre permanecen,

con qué fidelidad!

Tienen la nervatura de los moldes

todavía vigentes como una soldadura

a flor de piel. No son cicatrices;

son destellos de edad, la sinfonía

de un antes y un después.

 Catedral de caminos, rezuma pervivencias

de sosiego y estancia.

El cuco merodea entre las bardas;

nada altera sus ojos

que siguen escrutando

la oscilación del tiempo en el tapial.

 

ROSTROS

 Se han vestido de invierno las alcobas

y se ajusta la niebla a los tejados

con tozudez de escarcha.

Todo tiembla.

Se inquietan los tenados,

los pajares se encogen

y van sembrando holas las toquillas

con un repique mudo en cada cerra.

 El firmamento pasa su revista

a todos los rastrojos de la tierra.

Ni un surco está de más,

ni una gatuña.

La tejas desperezan su oquedad

y la cal se enamora de la luz,

canta un gallo

y el día se reclina en el zaguán.

 El pueblo se despierta lentamente

y asoma tras la esquina una silueta

que va amansando sueños

como un humero enhiesto y sin fisuras.

 ¿Qué nos dice ese gesto, qué reclama

bajo la mansedumbre de los pasos,

qué nos grita?

 Más que espejo es azogue

donde pergeña el viento las mañanas.

Solo fiel a sí mismo,

el mentón desafía la intemperie

y penden de los pómulos dos cerros

de tanto provocar las madrugadas

en días de cernada y desconsuelo.

 El oído ha escuchado las esquilas

y todos los reclamos de las mieses.

La nariz ha captado los establos,

el tempero, los bujes y la paja.

La boca ha degustado el pan reciente,

el cuero de tocino y los rebojos.

Y en los ojos se nublan los rastrojos

con toda la templanza de la tierra.

 ¿Para qué tanto empeño,

si ahora se desdicen las linderas,

si ya nadie se agacha por un real,

si el cántaro reniega de ser él,

y el muladar y el bieldo y la torcida?

 El sabe lo que es y está en lo cierto,

aunque hoy sea un rostro taciturno,

un poco más liviano, ya más cerca

de devolver al barro lo que es suyo.

 

MUJERES CASTELLANAS 

 Las veo todavía en el zaguán

hilvanando un suspiro

después de hacer la jera

a las seis de la tarde.

O aclarando la ropa 

cuando el sol despereza los rincones

y rasgan los vencejos

el primer resplandor de la mañana.

Mujeres castellanas,

hondas y elementales

como un tallo de grama.

 Más ceniza que brasa incandescente,

nacieron para dar y resignarse...

Sin más perfume

que el sudor y el viento,

sin más provocación que la mirada

reconviniendo sillas y pucheros,

las alcobas y todas las agujas

que colman la bachilla

de infinidad de ojos,

de infinidad de sueños.

 A contragolpe siempre de las cosas,

desmadejaron penas y quebrantos

para zurcir después los sentimientos

con todo su espesor de madrugada.

 Y todavía están como un barbecho

alargando la tarde

por si aparece el hombre

oliendo a cuarterón y sementera.

 Algunos ya se fueron

con los pies por delante

tras colgar los aperos en la cuadra.

De repente y sin ruido,

como se va el vencejo,

como se van los olmos.

 Las veo todavía en el zaguán

atisbando la calle

como un gorrión el campo,

y después suspirando hacia el hogar

con la cabeza llena de recuerdos.

 

 EL OLMO Y EL ANCIANO

 Hoy lo he visto muy claro

cuando el sol se escurría entre las cárcavas

y un gato revisaba las goteras

antes de recostarse en el humero.

Urgía la campana a un novenario,

apareció un anciano

y se llenó la calle de respeto.

 En su andar renqueante la lezna

de los años ha urdido mil refranes.

Ni siquiera malgasta sus palabras.

Es, porque así las cosas, el último eslabón

de una estirpe de dioses derrotados:

ellos que se vaciaron más que hoces voraces.

 He sentido un trallazo al cruzarme con él

y el fulgor de sus hombros

sacudió mis entrañas, como al mirar el olmo

no herido por el rayo,

sino seco de pena y soledad.

 Adioses que cabalgan desahuciados

ya nunca volverán,

pero sí tornarán los que dejaron

candiles encendidos de recuerdos.

Vuelven de vez en cuando a revisarlos

para que no se apague la torcida,

ni se resienta el cabrio, ni se oxiden los goznes.

 Nos esperan el olmo y el anciano

antes de despedirse de la tierra,

antes de que alborote la ventisca

tanta rama raída por la ausencia,

tanto sueño vencido,

tanto escozor de noches

en el envés del alma y de las hojas.

 

 DESPEDIDA

 Todo en su sitio, en calma,

sin espasmos, a punto para el vuelo

y el adiós. Cae densa la tarde tras los cerros,

y se va como vino la mañana,

exultando de gozo y más serena.

 Es la hora del yunque y de la reja,

del sosiego al amor de la camilla,

del escaño y las sombras,

del tempero y las ánimas.

Y es el momento justo para irse,

después de haber olido los rastrojos,

las bardas, los humeros y las tejas,

después de haber oído las pisadas

y de escuchar el vuelo del vencejo.

 Vine para escardar los sentimientos

a estos campos tan rectos como holas,

porque olvidó el Geómetra la curva

al diseñar los campos de Castilla.

 Y me iré más liviano,

como este sol que va de anochecida

seguro de volver de madrugada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

REVELACIÓN DEL SUR (1998)

 

 

Es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro

para que el perfume del pulmón nos golpee en las sienes...

                                                                    Federico García Lorca

 

 


TENGENENGE

                            

                                           A Tom Blomefield y Antonio Calvera

 

I

 ¿Un poblado, un museo, una comuna?

Un lenguaraz marchante me introduce

en esta galería a cielo abierto,

donde alumbra la tierra sin recato

un arsenal de mitos recreados

con todos los misterios de la noche.

 El decorado encaja con la vida;

la nube huele a nube y respiran las piedras

el aliento del hombre que las ve.

Los cinceles libran una batalla con los dioses

que andan alborotados tras los cerros.

 

II

Bajo un arco de teca avanza un hombre blanco

destiñendo las sombras

con su hirsuta cabellera marxiana

y desata la risa de Joseph Muli,

el artista que un día le dijo:

«¡Jefe, estas piedras tienen alma!»

 «Me atrapó la libertad»,

se disculpa Tom Blomefield,

mientras abre los brazos y baila con Muli

la danza de las avestruces en celo.

 Una carcajada invade las cabañas,

y no es una evasión, sino la vida

que inunda Tengenenge de esplendor.

 Tom Blomefield parpadea,

arica su cabello con un peine de nácar

y explica entre jadeos:

«Una cantera de serpentina espera,

más que un cincel,

el ojo que presiente la forma.

Los artistas escuchan cómo palpita

el cosmos en su seno.

La escultura es aliento,

un destello de sueño y libertad,

una pregunta al hombre y a las cosas.»

 

III

Se acerca una mujer

con sus senos al aire aventando promesas

y susurra Tom Blomefield:

«Ella estaba en la piedra».                         

 

 

EL CRISTO DE MTHAWIRA

                       A Charles Boucher


 El Cristo de Mthawira

lo esculpieron artistas de Ku-Ngoni1

a golpe de quejumbre y desconsuelo.

 Sobre una cruz de okume

arquea su fatiga el Nazareno

con la tensión del negro escarnecido.

 He ahí el costado abierto

como las minas de Shaba,

los ojos abatidos por el sida,

los tobillos hinchados por la deuda,

los hombros con rasguños de pateras.

 Le abruman los esclavos

embarcados a golpe de vileza

en Uidah y Gorea2

para colmar de mieses los graneros

de Alabama y Georgia

y hacer más grande América.

 Le oprime la blasfemia

que acuñó el apartheid con maldad calvinista

para enterrar al negro y su negrura

en las minas de Kimberley,

la nueva Jerusalén

para los elegidos por sí mismos

hijos predilectos de Yahvé.

 Le pesa la avaricia de caudillos mendaces

que esquilmaron al pueblo

por razones de Estado.

Negreros de piel negra,

sanguijuelas voraces,

nada sació sus ansias de poder y arrogancia.

 Y, sin embargo,

Dios, el hombre y el universo

caben en esta cruz curvada por la fatiga.

Cabe también el canto,

cabe el gozo y la risa de esa niña que crece

aferrada a su sueño

de quebrar los espinos

y desplegar sus alas incipientes

a vientos con olor a libertad.

 

1. Ku-Ngoni es el nombre de un centro de artistas malauitas, creado por el P. Charles Boucher, misionero canadiense. Mthawira es un pueblo cerca de Blantyre.

2. En el fuerte de Uidah (Benín) y en la isla de Gorea (Senegal) los negreros concentraban a los esclavos africanos, antes de emprender la travesía hacia América.

 

 GIZEH


I

Atrás El Cairo con sus bazares

y el callejón de Midaq,

donde Mahfuz1 aspiraba el narguile

antes de adoquinar con su prosa

la calle Sanadiqiya, saludar al tío Kamil

y soportar la cantilena del almuédano.

 La nariz de Nasser agrupa a los turistas

y un mendigo remeda al monitor:

«Menfis, Sakkarah y el Valle de los Reyes».

 Las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino

refulgen con el orgullo de una historia

que el tiempo ha preservado a ras de arena.

 Estas simetrías perfectas

aproximan los cuerpos a la luz.

Las pirámides son el triunfo

de Ra sobre Osiris,

del sol sobre la tierra,

del nicho sobre la sepultura.

 Pero en este paraje ungido de sopor

los dátiles y los camellos

son la única cortesía de Gizeh.

 

II

El rostro de la Esfinge

escruta los oasis tapizados de enigmas.

Aquí prendió el deseo

de vergeles sagrados,

aquí Dios y los hombres

bregaron noche y día para tejer hazañas.

Las doce tribus de Israel maldijeron la arena

que prohijó el Corán.

 ¿Qué reino ha perdurado

coronado de insania y sinrazón?

«Menfis, Sakkarah y el Valle de los Reyes»,

repican las palmeras

estremecidas aún por las langostas,

la ira de Moisés y las llaves del arca.

 

III

He ahí un grupo de lavanderas

zurcidas de viscosilla hasta los pies.

Han venido a este oasis 

a tundir la ropa sucia y aclarar sus desvelos

a mano limpia y siglos de estupor.

 No envidian el ceño de Mubarak,

ni el fulgor de los flases

que incendian de espejismos la colada.

 ¿Volverán a sus callejones

cerca de la Sanadiqiya,

saludarán al tío Kamil

y verán la silueta de Mahfuz

esquivando la daga traicionera

afilada al amparo de una sura?

 Las agujas de la mezquita de Mohamed Alí

no despejan la duda;

alguien en una esquina

pone precio a su carne

y la Esfinge requisa un jeroglífico.

 

 

1. Naguib Mahfuz, novelista egipcio, premio Nobel de Literatura en 1988. Una de sus novelas más celebradas es El callejón de los milagros.

 

 

 BAOBAB

                      A Donato Ndongo-Bidyogo

 A lo lejos brilla como un fantasma,

y parece que surge de la tierra

para ungir la techumbre de los cielos

con demora de siglos y advertencias.

 Pero a medida que me aproximo

se va ensanchando

como la vena de una pregunta.

Siento entonces su abrazo

y presiento el vigor de las raíces

voraces de sustento y donación.

 Mástil de las fatigas africanas,

el baobab acuna los misterios

de la tierra que gime en sus entrañas

con dolores de fe y alumbramiento.

 Es don, germinación y espera

que enciende y configura la sabana

con los brazos henchidos

como brasas. Ni una astilla en su piel,

ni un latigazo de más en esos nudos

que el tiempo ha coronado de quietud.

Solo las cicatrices de los años.

 Por eso se envanece

y aguanta sin dolerse

la embestida del viento,

los dardos cenitales de la luz,

los ecos pertinaces de los búhos.

 Un espíritu ciñe su osamenta

cuando cruje una rama.

Su sombra multiplica los proverbios

cuando hambrean las mieses una nube.

Y su tronco retumba sangre adentro

como el son de una kora1

cuando tensa sus cuerdas el griot

con fervor de progenie.

 Posada a cielo abierto,

en él convive el buitre con la hormiga,

repasa su estrategia el babuino

y madura el anciano su palabra.

 Es por eso un trasunto, una modulación,

un grito del África que sueña

más allá de la nube,

más acá de la hoguera

cuajada de recelos y preguntas

para inundar de lumbre las mañanas.

 


1. Especie de arpa del Africa Occidental de 21 cuerdas, muy usada por los griot o cronistas de un grupo étnico para mantener viva la

memoria colectiva.



VALERIE

                                            A Costante Zadra

 

La conocí en Kinshasa;

se llama Valerie.

Hija de Kin-la-belle1,

cuando era hermosa

esta ciudad poubelle...

 «Il faut que le chien...»,

dijiste entre sollozos

al vislumbrar un perro en la veranda,

y buscaste el regazo de la madre

como un corzo asustado al ver la hiena

que espía su menú tras los matojos.

 «Vete, vete...»

Y otra vez a saltar,

las trenzas esquivando mariposas,

¿o espíritus o diablos o mañanas?

¿A dónde miran

esos ojos teñidos de azabache,

en qué estupor reposan?

En la infame Kinshasa de Mobutu2

la vida es un indulto cada día.

Siempre un depredador ronda al acecho.

Y tú, Caperucita-Valerie,

¿podrás sobrevivir

a la avidez de todas las jaurías

que auscultan el temblor de tus pisadas?

 Iba a decir, ya dije,

hija de Kin-la-belle.

No me desdigo.

Fue hermosa tu ciudad,

fue soberana al descender la tarde por el río.

Hoy ese señorío lo desdice

el burdel pordiosero que inflama las aceras

de enervante sukús3 y desconsuelo.

 En la nueva Kinshasa sin jardines

solo caben tus labios y esas trenzas

que esquivan mariposas,

¿o espíritus o diablos o mañanas?

Si yo fuera Senghor,

tejería metáforas de lino

con la fibra de todas las palmeras

para glosar tu cara y esos ojos

que van puliendo espejos al mirar.

Pero soy un mondele4

que recaló en Kinshasa

a barruntar olvido y decadencia.

 Valerie, Valerie,

hija de Kin-la-belle,

hoy conjuro tu miedo y esas trenzas

que esquivan mariposas,

¿o espíritus o diablos o mañanas?

                                                                        

                                                                               Kinshasa, 1996

 

 1. Kinshasa, capital de Zaire (actual República Democrática del Congo), era conocida en los años setenta como Kin-la-belle (Kinshasa, la hermosa); cuando la visité por segunda vez, en 1996, la llamaban Kin-la-poubelle (Kinshasa, el basurero). 2. Mobutu Sese Seko, presidente de Zaire desde noviembre de 1965 hasta mayo de 1997. 3. Típica rumba zaireña. 4. Hombre blanco, en lingala.

 

 

CAMINO DEL CEMENTERIO

                                                          A María Mayo

 

 Escucho al mediodía las fanfarrias

que preceden la danza de los muertos

con un temblor de pulsos desquiciados.

¿Quién osará esquivarlos,

si su espíritu liba las entrañas

buscando la fisura de la noche?

 Hasta los guardias civiles

desenvainan sus cascos

curvos como la usura,

dejan de fustigar al viandante

y juran que han rezado un miserere.

 Danzan los ataúdes por las calles

repartiendo advertencias a los vivos.

La vida se prolonga a ras de suelo

en este Zaire avieso y esquilmado

y nadie la disocia de la muerte.

Esos ataúdes, esos gritos

alardean de vida:

va el espíritu dentro,

va la savia que fluye y regenera

a los que son y han sido

aliento de maizales y progenie.

 Por eso, la algazara,

por eso los efluvios de la muerte

que va por esas calles sin dolor,

como quien va al mercado,

como quien va de paso.

 Lo grave y decisivo no es morir;

es crecer sin esquejes

o ser huella olvidada que nadie recupera

al trasponer el valle.

El africano es alguien cuando danza,

y cuando vive y muere acompañado,

cuando puede decir que se proyecta

aquí y en la otra vida

desovillando siempre la memoria.

 Me lo enseñaron Tempels y Senghor,

Tengenenge y las máscaras baulé.

Pero ahora palpaba las esencias

de aquella negritud sin artilugios:

un ataúd danzando por las calles

en la periferia de Kinshasa

con la lujuria exangüe de la muerte,

con la ebriedad pujante de la vida.

                    

                                             Kinshasa, 1996

  

MACAO

                                  A Daniel Cerezo

         

I

Las luces de neón, rojas, azules, verdes,

como el ardor y la esperanza

lanzan en la bahía muecas de carnaval,

y juro por mi honor que eso es Macao:

seis coma cero cinco cubiletes cuadrados

de fantasmas de azar

a sesenta minutos de Hong Kong.

 La puerta de San Pablo es el pasado,

una escueta fachada de granito

protegida por los cañones de la Fortaleza del Monte

mientras Stanley Ho1 no decida otra cosa.

Y por doquier comercios,

olor a cerdo frito, mujeres-albañiles

que enhebran rascacielos 

con bramidos del mar.

               

II

Un Buda de cuatro caras

repasa ante el Canódromo

la última quiniela imantada de ensalmos.

Corren más los anhelos que los cascos

y en el río de las Perlas

se desgrana la flor del desengaño.

 Puerta de Oriente,

¿quién va a pasar por ella

para sondear el arcano

de un mañana que ya alborea

y nimba las murallas de Beijing?

Un echador de cartas certifica

ante el templo de A-Má

que «no hay Yin sin Yang

ni puerta sin cerrojo».

 Tan complejo

como un hexagrama de I Ching.

Es más diáfano

el factor de los cinco colores orrectos,

donde brilla el amarillo

con la plenitud de la tierra,

la madre Khwan –el principio pasivo–,

seguida de Kun y Mang –la locura juvenil–.


III

Un occidental roza la seda

y se enciende la carne porque intuye la forma.

Oriente no es razón, es criptograma

que Hollywood trasmuta en saltamontes

para endulzar la afrenta de Vietnam.

 Mientras paseo por la Avenida de la Amistad

se clava en mi sesera el aguijón de la noche;

aletean como mariposas las luces del Jai Alai2

y alguien gira lentamente la ruleta: par y rojo.

 ¿Simple juego o enigma?

En la otra orilla del mar

engulle el dragón las fichas.

                                                         

                                                                    Macao 1995

 

1. Stanley Ho es el dueño de los casinos, salas de juego y compañías comerciales más importantes de Macao. 2. Uno de los casinos más concurridos de Macao.

 

 

 LA VENGANZA DE LOS "ANITOS"

 

 Ni un mosquito vaticina un estanque

en muchos kilómetros a la redonda.

El coche se embadurna de tristeza

y es una profanación en estos yermos,

donde antaño brillaba el cocotero

y orniaba el carabao

con la misma liturgia que en Calamba

los sábados bruñidos por la tarde.

 Un alud desquició los arrozales

y avivó los lamentos del aeta1.

Estalló el Pinatubo2 ante sus ojos,

arrasó sus moradas y ganados,

las huertas convertidas en desierto,

las ilusiones rotas como cañas.

 ¿Quién despertó el volcán

después de quinientos años?

Los aetas –blanco preferido de los yanquis

en la jungla de Subic–

alzan los ojos hacia sus lares sagrados

y no vislumbran montes para sus anitos3.

Y una tierra sin espíritus es una maldición.

 

 

1. Pueblo negro de Filipinas; ayta en tagalo significa “negro del monte”. 2. La erupción del Monte Pinatubo tuvo lugar en junio de 1991 en Luzón Central (Filipinas). Vomitó 7.000 millones de metros cúbicos de ceniza. 3. Espíritus, según la tradición popular filipina.

 

 EL PASO DE LOS LOROS

                                                        A Juan José Tenías

 Iba la barca a tientas

lamiendo los bajíos, un jolgorio de voces

quebró los pensamientos

y el barquero soltó una carcajada:

«Vámonos, patrón, que ya pasaron los loros»

Era lo convenido para el tajo

en el aserradero de Borbón1:

«desde el amanecer hasta el paso de los loros».

 En los ojos del barquero,

un negro cimarrón descendiente de esclavos,

repicaba la risa del desprecio.

Sus ancestros mandinga2

 –¿o wolof o miná?–

llegaron a Esmeraldas hace trescientos años

en un barco negrero

e hicieron de Ecuador cuna mestiza.

«Pero un día los loros no pasaron

y allí no se movió ni una correa»,

masculló con acento tornatrás.

 El barquero rezongó:

 Dale al pisco, patrón,

dales badana,

que a fuerza de riñón

sube la plata.

 «Allá Punta Venado

–recinto santo de los chachis–,

y más allá Santa María,

y más allá el infierno».

 Hic sunt leones, informaban los mapas

cuando los tíos del barquero

tallaban el marfil en el reino de Ifé3

para enaltecer el Museo Británico.

 En la orilla del río

una anciana cayapa4 repara una canoa.

Su carne fláccida

le ha robado color al pergamino

y un exvoto de plumas

redime las arrugas de sus pechos.

«¿Las plumas son de loro?»

 Sí, señor, de loro son,

y aquel día no pasaron

los loros en procesión...

 Dale al pisco, patrón,

dales badana,

que a fuerza de riñón

sube la plata.

 Africa y Esmeraldas, sin más intermediarios

que el Océano, la avaricia y el látigo.

Solo queda el orgullo

bajo esa frente humillada,

solo la vida que salta a chorros

en Borbón, junto al río Santa María.

 

 

1. Pueblo de Ecuador en la provincia de Esmeraldas, con mayoría de población negra. 2. Mandinga: tronco étnico de varios pueblos africanos, como los bambara, dogón y malinké, originarios del antiguo Sudán occidental; wolof: pueblo senegalés; miná o mina: pueblo de Ghana, Togo y Benín. Todos ellos fueron duramente castigados por la trata de esclavos. 3. Uno de los reinos más avanzados que florecieron en la actual Nigeria antes de la conquista colonial. En el Museo Británico hay extra-ordinarias tallas de bronce y de marfil pertenecientes a los reinos de Ifé y de Benín. 4. Nombre vulgar que se da también a los indios chachis ecuatorianos.

 

 

 

CARACAS

                                      A Teresa y Joaquín

 

 Caracas serpentea, cachazuda y criolla,

como un caimán celoso

que arrastra su desidia por el valle,

orgullosa del sol y Carabobo.

Bajo los puentes, dazibaos de amor

aplacan la miseria de los negros.

Y aquí no pasa nada.

 A las tres de la tarde

los hijastros de CAP1 pasean su flojera

por la pasarela de los Próceres,

reconfortan su abulia ante La Francia,

donde brilla el cochano2 camuflado de dije,

imprecan al vetusto Capitol

y suben, ya caída la tarde, a su cubil.

Y aquí no pasa nada.

 Un panfleto promete

que volverá el Libertador

a repartir petróleo como leche materna

por esas calles llenas de pavor,

que habrá pan para todos,

y casa para todos,

y risa para todos...

Pero siguen medrando

Barraganas, pillastres y pendejos.

Y aquí no pasa nada.

 Un indiano trasuda en el Gran Café,

anuncia un “caracazo” y hace guiños al aire.

Nació en Gijón, perdió la guerra

y vino con lo puesto.

Muchas noches durmió en un cobertizo

amarrando los sueños a una cuerda.

Anduvo al oro,

fue el “rey del pabellón”3 en Las Claritas,

hizo plata y amigos,

pero lo desnudaron la honradez y el orgullo,

y orea su fracaso cada tarde 

con arepas y un vaso de Polar4:

Tuve quinta y criado,

pero no quise nunca

bajarme de la mula5

y acabé trasquilado.

 Guasón y deslenguado,

aclama las consignas de Chávez y sus huestes

al grito de «CAP, ce de corrupción»...

Y aquí no pasa nada.

 Petróleo, ¿bendición o castigo?,

se pregunta un sociólogo avezado en análisis.

Hinca la hipocresía sus cimientos

en las quintas de Country Club,

donde rumian su hartazgo

indianos y caciques

que atufan a indolencia, guarnición y guerrera.

Y aquí no pasa nada.

 Cuando asalta el neón los rascacielos,

huye la tarde por guajiras

a pernoctar en el Monte Ávila,

cunde el pánico en la terminal de Nuevo Circo,

los ranchos eyaculan sus luciérnagas

y el rey de Miraflores se disfraza de caqui.

Simón Bolívar sigue cabalgando

sin repartir galones de petróleo.

Y aquí no pasa nada.

 

 

1. Acrónimo de Carlos Andrés Pérez. 2. Pepita de oro. 3. Típico plato venezolano de arroz, judías y carne mechada. Si se le añade plátano frito, se llama “Pabellón con baranda”.4.  Marca de cerveza venezolana. 5. “Bájate de la mula” es la contraseña que usan policías y autoridades para pedir dinero a cambio de algún servicio oficial o, sencillamente, para condonar una multa.

 

 

VELORIO EN LOS ANDES

                                          

                                       A Antonio Villarino

  El “Hillman” de Pepe Díaz renquea

como un asmático de Chicrín

cuando apura el sendero de polvo y miedo

hacia Tarma, Junín y Cerro de Pasco.

El trayecto está bordeado de cruces

lamidas sin decoro por un hato de llamas

que endulzan con sus lazos

el agreste espinazo de los Andes.

 De ellas aprendió Pizarro

la pervivencia a pie de risco y hoya

con los mulos rumiando terquedad.

 Aquí siempre piafaron los imperios

con la embriaguez del oro y la conquista,

y aquí clama la tierra contra el hombre

que horada sus entrañas a destajo.

Pisco, coca y abulia reconfortan

los tercos meaculpas de los cholos:

«que vea usted, padresito, yo abrenuncio

de todos mis pecados, Satanás,

en el nomine Patris, del patrón... nihil obstat».

 Sobre un catafalco negro

el blanco ataúd de un niño de apenas cinco años.

Seis horas de velorio y responsos de pisco

van lavando el harapo de la pena.

Hay que aguantar la noche como sea:

«que no venga Gatuña y se lo lleve,

que no venga Hocicudo y esté solo,

nihil obstat, padresito, Satanás».

 La vida es muy barata en estos cerros.

Todo lo engulle el tajo de la mina

que avanza devorando cuanto toca:

chacras, casas, poblados, dignidad...

 El serrano se humilla ante el patrón

y exclama en cada teso de sí mismo:

«No soy nadie».

Es más verdad el cobre y el vanadio,

más tangible la plata,

más fuerte el baptisterio que el amor.

 «Cristiánemela, padresito, que se va».

El padresito sabe que se irá,

porque el agua no cura las anemias

y un niño de los Andes vale solo

dos botellas de pisco y un velorio.



CHICHÉN-ITZÁ

                                              A Luis y Dori

 

 I

En el equinoccio de septiembre

desciende la Serpiente Emplumada

por el Castillo de Chichén-Itzá

sin más boato que una sombra.

Ya no aúlla el jaguar,

ni se cuaja la sangre en el Chac-Mool1,

pero grita la piedra mil traiciones.

 No rezan así los prontuarios turísticos

que reseñan imperios y epopeyas

con paradas en Uxmal, Tulum, Cozumel,

Isla Mujeres y una parrillada de moluscos.

 mpoco aluden a la puñetera drosophila melanogaster

que succiona hasta el alma

en las sofocantes cloacas de Mérida.

         

II

El espectáculo de luz y sonido

convoca a los dioses mayas

en el Cuadrángulo de las Monjas:

Hunab Ku, Itzam Na, Ixel,

y sobre todos Yum Kax, el dios del maíz.

 Luces azuladas, verdes y rojizas

esculpen en las piedras los goznes del pasado.

Y cuando asoma Kukulkán2

una mujer suspira envuelta en el huipil;

es una lacandona. El Chac-Mool

la acaricia con sus ojos de jade

y esboza una sonrisa, como si la esperara

detrás de aquella mueca

que redobla el misterio de la noche.

 Cada vez que levanto mi pie,

cada vez que levanto mi mano,

escucho tu voz venir de muy lejos,

el gran Jaguar, el gran Chac.

 La exposición termina con escenas de caza

y un juego de pelota que conjura a la muerte.

En la hirsuta cabeza lacandona

bostezan dos jaguares;

los halaga una mano temblorosa

que musita un responso al capitán.

 

 

1. Escultura de piedra de guerreros mayas yacentes con un cuenco en el vientre sobre el que se vertía la sangre de las personas sacrificadas a los dioses. 2. Nombre que dan los mayas a la Serpiente Emplumada, el Quetzalcóatl de los toltecas y aztecas. .

 

 

 LAS MOMIAS DE GUANAJUATO

 

                                      A Marta Portal y Arnaldo Braguti

 

Al descender del Cerro del Cubilete

apuñalan mis ojos las punzantes espinas

de todos los cristeros, de todas las desazones

que compungen el ánima de Susana San Juan1.

Un alud de murmullos me golpea las sienes

y, de pronto, vislumbro Guanajuato

como un comal ansioso de llovizna.

 ¿De quién son esos rostros, esas muecas

que todavía esperan un responso?

«La momia más pequeña del mundo»,

reza un cartelito grabado en times negra.

 Pero yo veo calles y balcones cerrados

para acallar las voces que bajan de los cerros

a buscar quien las calme.

Voces como sollozos,

voces como quejumbres.

Las voces de los vivos

que están ya medio muertos:

Eduviges, Damiana, Doloritas, Juan Preciado...

 ¿Por qué me asalta el recuerdo de Pedro Páramo,

después de conspirar en la Alhóndiga de Granaditas

y simular la decadencia del Teatro Juárez?

No me atormentó la iracundia de Orozco

en el palacio de Chapultepec,

ni el olor a venganza en la Plaza de las Tres Culturas.

Tampoco me inquietaron las momias anoréxicas

de los faraones egipcios en el Museo Británico.

Sin embargo, estos cuerpos desnudos

merodean como cien mil pesares

por las plazas de Guanajuato.

 Sí, quizá vea la estela del resquemor en esos ojos;

tal vez estos hijos son retoños tardíos

de Cortés y Cuauhtemoc.

Tanta orfandad reclama algún suspiro

«en la mera boca del infierno», Susanita,

laberinto de soledad que ya no ceja

de remover las huellas del olvido.

 Descendí del Cerro del Cubilete

escoltado por un tropel de sombras.

La fastuosa corona de espinas

era solo un presagio,

preludio de estas momias

que un día suplicaron reposar mansamente.

 No las dejó el rencor.

 

 1. Uno de los personajes emblemáticos de la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo.



   

DEL ORINOCO AL ZAMBEZE

                            

                                                  A  Daniel y Ana Isabel

I

Como la Gran Sabana se jacta de sus tepuís

y del Salto del Ángel,

así Ciudad Bolívar presume de hidalguía,

lealtad y caderas

talladas para espejos de boutique.

 He ahí el Orinoco repasando a sus anchas

los yelmos, las celadas, los herrajes

que aunaron los arcanos de la historia.

Se mece como mar bien guarecido

y añora melodías de cascadas

a coro con la risa de los loros

y el temblor virginal de las bateas

al acunar el oro en sus entrañas.

 Por eso se resiste a proseguir

y simula un bostezo

en esta ronda a gusto con sus plazas

atestada de próceres y arengas.

Solo el sueño de playas y gaviotas

conmueve la pereza de su lecho

y apura con pasión su trayectoria

hacia el tierno regazo

en salazón de escamas y oleaje.

Para volver a ser, ya gota,

otra vez torrentera.

 

II

El Nilo desoyó a los adivinos

y roturó la saya del desierto.

En El Cairo se ufana de su lecho,

y es donde yo lo veo

maldiciendo a los puentes.

 Presagiaba el destino

desde las paludes de Sudán,

donde el denka1 aprendió del flamenco

un yoga primordial,

antes de que El Mahdi2 truncara

el esplendor de su negrura

con la cimitarra del desprecio.

 Allí desvaneció las madrugadas,

mientras las pezuñas de los búfalos

disputaban la poza al babuino.

Y allí escuchó el lamento de las púberes

marcadas con la fusta del baggara3.

 ¡Con qué tenacidad sigue su curso

para hendir La Gezira

al son del algodón,

y flirtea su talle con las dunas

para eludir lo inevitable:

el orzuelo de Asuán!

 Ya libre de ataduras,

el Nilo es don, fertilidad y gozo.

Al pasar por El Cairo tiene aspecto mestizo,

y se aleja con garbo

para ofrendar al mar historia y limo.

 

III

El Zambeze zozobra sin rebozo

antes de estremecer Victoria Falls

con bramidos y espuma

que el sol diluye hambriento de color.

 Retumba en los oídos,

y es mucho más que ruido:

una advertencia,

rabia, estupor y estruendo,

el ayer y el mañana,

espíritus y duendes y pavor.

 Eso es Victoria Falls

cuando asoma el Zambeze

desoyendo cautelas

y el agua se despeña en mil lamentos.

 Toda África gime en esta sima

y esculpe en las entrañas de la piedra

un diluvio de adioses enojados

heridos de dolor y transgresiones.

 Es el son de los montes, del tamtan

y la espera, del sigilo y la noche

cuando el blues rasgó las alboradas.

 Es la danza hecha carne

que recrea el orgullo, el vigor y la astucia

de un pueblo subyugado

que sacudió los goznes de la injuria

con sorbos de suprema dignidad.

 Potro desembridado,

tanto estruendo no cabe en la sabana

y se va rezongando hacia Kariba

las notas de un adagio matinal.

 Aquí reposa y sueña.

¡Cuántas treguas le quedan todavía

para abrazar el mar!

Pero sabe que irá sin devaneo,

como van los espíritus al bosque

cuando el sol se desnuca tras los cerros.

                   

IV

 

En Kinshasa luce su orgullo colonial

el Hotel Memling, donde los affreux4

lloraron a Tshombé con botellas de ron.

Y en Brazzaville brilla la torre Bemba, 

redonda como los celos. 

El río va en el medio

derrochando sentencias.

Robert Gillyngs5 señaló hacia el muelle

con su pluma de ganso

repujada de idiomas

y vomitó su rabia:

 Aquí se llama Zaire6

por un zafio capricho;

allí lo llaman Congo

por historia y semántica.

 Meneó la cabeza

y se marchó a lo suyo.

Pero un nombre no altera el movimiento,

y este río discurre hacia Matadi,

ajeno a la vileza de Mobutu

y a la parsimonia de los ferrys.

 Volveré a verlo en “Chez López”

arrullando chalupas pordioseras,

mientras descifro el oráculo de N’Sele7

y brindo con cerveza primordial

por la teoría de Heráclito.

 

                                                Kinshasa, 1996

 

 

1. Uno de los muchos pueblos negros que viven en el Sudán Meridional, tradicionalmente pastores. 2. Caudillo de Sudán de nombre Mohamed Ahmed, a finales del siglo pasado. Tomó el nombre de El Mahdi (el guiado, el salvador), predicó la guerra santa contra egipcios y turcos, desencadenó una revolución islámica y conquistó Jartum en 1885.3. Pueblo esclavista sudanés temido por sus razzias de negros. 4. Mercenarios, famosos durante la secesión de Katanga. 5. Gerente belga de la cooperativa zaireña “Bwamanda”. 6. Desde mayo de 1997 vuelve a llamarse Congo. 7. Lugar donde se encontraba la sede del Partido Popular de la Revolución, fundado por Mobutu Sese Seko, y un lujoso palacio de estilo oriental construido por los chinos.

 

 

 

 
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