Gerardo González Calvo
Colaboraciones en La Opinión de Zamora
y en la revista Umoya
Los burros que no eran Platero
El perjuicio de la despoblación rural
La España vacía de la que tanto se habla y escribe es en realidad la España rural, que languidece lenta pero inexorablemente ante la apatía, la indiferencia y el abandono de los gobiernos de turno. Hay en los pueblos castellanos más jubilados que jóvenes, niños y trabajadores, porque las políticas de industrialización se promovieron a mediados del siglo pasado en el norte de España y en Cataluña; hacia allí tuvieron que emigrar familias enteras para poder subsistir y, de paso, contribuir al desarrollo de una economía floreciente en esas regiones.
La gente que vive en los pueblos ni siquiera puede disfrutar de los avances tecnológicos en la comunicación. Se ha tenido que conformar con usar el móvil, casi exclusivamente para llamar y recibir llamadas, por lo general con muy escasa cobertura. No hacía falta que se pusiera en marcha la red 5G (más velocidad, menor latencia, mejores prestaciones en la nube) para comprobar que en la inmensa mayoría los pueblos ni siquiera existe el ADSL, ahora a punto de desaparecer.
El perjuicio que conlleva la galopante despoblación en las zonas rurales no es solo económico y social, sino también cultural. Quienes hemos tenido la suerte de nacer en un pueblo, aunque hayamos tenido que emigrar a una ciudad por imperativo económico, poseemos una serie de conocimientos aprendidos en contacto con la naturaleza: sabemos distinguir muy bien el hinojo de la cañaherla, la grama de la correhuela, los cagajones de las cagarrutas, un burro de una mula, una liebre de un conejo, un toro de un buey, las mielgas de la alfalfa, una avutarda de un pato, un avión de una golondrina y de un vencejo…
Por cierto, el poeta Gustavo Adolfo Bécquer no anda muy fino en su poema “Volverán las oscuras golondrinas” cuando sitúa los nidos de las golondrinas en los balcones. Bajo los balcones o bajo los aleros suelen anidar los aviones, pero las golondrinas hacen siempre sus nidos en las vigas de los tenados o de pajares abandonados.
Estos conocimientos los hemos aprendido no en los libros, sino en la excelente universidad rural. También usamos un lenguaje muy singular, plagado de palabras y de enjundiosas frases proverbiales, que van desapareciendo irremediablemente. Es lógico que se vayan olvidando l a enorme cantidad de palabras que designaban los aperos de labranza, porque ya no existen.
Antología poética
(1992-1998)
CONSTANTE ALREDEDOR (1992)
LUNES
Todos los lunes a las seis en punto
la ciudad amanece deslomada,
se encarama la aurora a las farolas
y las esquinas tallan su perfil.
La casa es un rumor de zapatillas,
grifos, espejos, prisas y alborotos.
Repican en los bolsos los llaveros
y un hasta luego abruma la pared.
La calle se repuebla de urbanitas
con el afán de un metro en cada pie,
rostros que avanzan,
niegan,
se diluyen.
Un vendaval de rictus
estalla en el andén. Las bujías
alumbran titulares en negra:
Somalia, Etiopía, corrupciones
y un letrero que exalta las rebajas.
Un funcionario olvida
que es un lunes de abril.
Cierra los ojos. Una voz le sugiere
que prosiga, que niegue la estación,
los buenos días, la mesa de nogal,
el fichero metálico,
la agenda y el teléfono.
Un silbido le ofusca la razón
y salta hacia el andén.
En seis minutos toma café,
resuella y ficha.
CONSTANTE ALREDEDOR
La gente cruza bocacalles,
un paso subterráneo, entra en el metro,
sube,
baja,
suda,
estruja un cigarrillo,
carraspea,
se ajusta el pantalón,
desaparece.
Una ciudad hostil, llena de puentes,
de sótanos, de túneles,
donde la luz se angosta
y el zumbido se mide en decibelios...
...Una ciudad así, roma y caduca,
desprovista de roces y palabras,
es el precio por tanta transgresión.
SIMULACIÓN
Esta noche se cuelga de los hombros
hastiada de las diez y los semáforos.
Hora de simulación y parsimonia:
se promueve la cáscara
en perjuicio del huevo.
La estética ha vencido a la razón.
A caballo del ritmo y de la imagen
el eslogan sofoca los ijares
y nos remite al reino de lo vacuo.
Lo que no es, persiste,
nos persuade; evasión que se masca,
sed que gusta,
voz varonil de coches y coñac.
Lo intuyó McLuhan
en el ambigú de su aldea global:
la fuerza el símbolo,
nada detrás, delante ni en el fondo;
solo las bambalinas,
el medio y el que media.
Esta noche remata somnolencias,
asperezas que anidan en los ojos
exhaustos, las aceras,
y nadie ha reparado en el horror.
FUE CAYENDO LA TARDE MANSAMENTE
Con una despedida a pie de metro,
la mano rezumando compasión
y dos impertinencias
-ojos o pies o senos,
¿quién lo sabe?-,
fue cayendo la tarde mansamente.
La noche saludó mi aparición
con una bocanada de improperios.
En el andén quedó sin más reparos
un gesto descortés. Y se fue
diluyendo la apariencia
por una acera hostil a las farolas.
A LO PEOR FUE AYER
Todos andan atados a su miedo,
medio matados ya
en la mente de un sabio,
rotos, aniquilados,
reducidos a escombros,
una,
dos,
tres,
cien veces.
Es la posrealidad ya procesada.
Si la estrategia exige,
si el orden,
si la idea,
mañana puede ser.
A lo peor fue ayer
y somos ya cadáveres.
AQUEL DÍA DESPUÉS
Serán estas u otras voces
y estarán destempladas las guitarras
aquel día después, desquiciadas
las puertas, abiertos los cerrojos,
un grito derretido, los pájaros sin alas
y hasta el viento afilando alguna esquina.
Por rellenar los trojes, vacías las tinajas,
los álamos sin hojas, las cárcavas sin nidos,
ausentes las cigarras y desnudos
los tálamos. Ni un eco por el valle.
Solo los adoquines, barro y desolación.
Bajarán Mahoma con Alá, el Hijo con el Padre,
Buda y los Siete Sabios, Ntú y el rey David
para reconocer a sus adictos y amortajarlos
con su aliento. Un llanto ecuménico
velará tanto despojo y lloverá fuego
antes de que empiece a germinar
la gota de rocío que engendró el barro,
del barro la costilla... Adán y el Paraíso.
PLENITUD
I
Cuesta creerlo y a fuerza de estrujarlo
va destilando fuentes el rocío.
Por mucho que se inviertan los espejos
los objetos se quedan donde están.
Es el ojo el que los trasmuta
como el sentimiento los olvidos.
No es posible horadar un vacío,
ni plisar sudarios en un columbario;
pero sí descifrar las huellas
de todos los sueños que has urdido.
II
Inmanencia es lo perdurable
y lo caduco que ha dejado un rastrojo
en las veredas del alma.
La nimiedad es la objeción al todo.
No es menos verdad la vara que el kilómetro,
la pera que el gusano,
un grano que una parva.
III
Hay nombres que solo encierran azar,
veleidad o capricho;
otros revierten tildes como filos de hoces.
Los mundos que añoramos
están sin bautizar, pero ya son
metáfora y sangre,
tensión, pujanza, duelo y explosión.
IV
Hemos perdido sueños, espejos, resplandores,
nombres que ahora tiran
como Tritones de nosotros.
Nos limitan, nos colman, nos ensanchan,
se aferran como esguinces a las venas,
acechan como soles cenitales.
Son lo anterior y el pos,
el meollo y la forma,
la incipiente crisálida
en busca de su estancia transitoria.
ESTE SILENCIO
Este silencio grita,
quema
y enloquece
más que cien mil palabras.
Me golpea los ojos
y en la sangre
horada hasta mi nombre.
Las paredes me aplastan,
las sillas me escudriñan
y aquel rincón
se estira amenazante.
Este silencio envisca,
ladra y repercute
como mil disonancias.
TAL COMO SOY
I
Puedes disfrazarte de alguien por la calle,
llamar a un amigo, escuchar
Just as I am o escorarte
a las diez de la mañana
sin otra cofradía que un bostezo.
Pero si nadie ausculta tu fatiga
un lunes por la tarde, ni rescatas
las horas fugitivas, huye antes
de oír la melodía. Estás a tiempo
aún de remediarte.
Mira, amigo, lo tuyo es resolverte.
Nadie va a darte nada que no tengas
en alguna fibra, ni siquiera un rebojo.
Con todas las certezas en los hombros
carga con la vida a cuestas
y camina sin más remordimientos.
II
Vivir es algo más que prolongarse
a lomos de los años. Tres recetas
para embaucar al otro quién no sabe.
Lo malo es sorprenderse cabizbajo
en alguna vaguada, sonrojarse
de estar entre dos sombras
con los ojos vacíos de paisajes.
Para llenarte a fondo de tus sueños
no precisas alforjas; solo entornos
con dos o tres dedales de razón.
FUGA A LO ELEMENTAL
Los peldaños del tiempo
superponen certezas, convicciones,
dudas en los rellanos. Hacia arriba
la luz, abajo la razón
en desabrazo siempre con la vida.
En vano se alborotan los guijarros
a ras de suelo, lecho de los ríos
por donde fluye el agua mansameente.
Nadie sabe quién indujo al salmón,
por qué meandro estalla el movimiento.
O por qué tanta penuria castellana
tozudamente en pie, dolida
y esquilmada.
¡Quién le iba a decir al pedernal
que era suya la luz!
En su arista el fulgor,
la llama que crepita
purificando el haz de la materia,
lo oscuro y el deseo.
¿Por qué lamió la llama aquella brisa?
No debeló el ocaso
las auroras, ni acaparó
el fragor de la mañana.
¿Cuál la verdad total
aquí y después,
la gracia,
el colmo,
la evidencia?
Fuga a lo elemental
para agarrar el sol por donde sale,
una gota de agua,
tierra y fuego
o el aire
que trasciende la montaña.
NOMBRES
Nombres, aquellos que se fueron
y nunca se marcharon.
Nombres de ayer y ahora
huellas, rasgos, espejos,
rincones escorados.
Y van y vienen
como un dilema en clave
trazado a ras de suelo.
¿Quién no ha visto colarse
entre los olmos
de una mañana tibia
el borde de un recuerdo?
¿Quién, a las tres en punto,
no ha roto el sortilegio
de un pensamiento en vano?
Nombres tensos, delgados,
esbozos de añoranzas
que denotan recelo.
Se fueron por azar
y espero su clamor
para empezar de nuevo.
Incertidumbre
Lo malo es si no avisa
y ¡zas!, te aplasta de repente
como un alud el brote de la jara.
Y yo sin despedirme
ni siquiera de mí y de cuantos fueron
sombra de alivio o roce,
aquel fugaz rescoldo,
los ojos de la galga,
el césped en abril,
un folio y el seis doble.
Hora final
Este reloj de días y segundos
como buitre carnicero
me devora la vida a picotazos.
Todo el tiempo girando
con ademán austero, tejiéndome
y cercándome con horas errabundas,
desde el primer momento
tan plenas e implacables.
Me revisa los pulsos,
sabe tanto de mí que me estremece
y, a fuerza de constancia,
rematará el segundo irrevocable.
RECUERDOS
Hay recuerdos
que tiemblan como mimbres,
a veces mudos,
otros jadeantes.
Van calando en fervor de procesión,
Corpus de infancia,
pendones, hojarasca,
bardas punzantes,
velos, ataúdes,
y la campana lejos,
una esquila lamiendo la mañana,
la fuente goteando
y un vencejo de abril
terco en el aire.
Hay recuerdos obviados,
revenidos,
que rezuman carencia y ocasión,
algo que regenera los sentidos,
soplos de sombra,
escaños,
cualquier tarde,
cancinas,
canalones
y un salterio de holas.
Recuerdos lisos,
fijos en cada poro,
alborotados,
quietos,
drenados en colaguas
sin hedor,
tersos como alfarjías.
Y van y vienen
solos, sin embridar;
cabalgan a galope
para acabar
triscando soledad.
Son lo nuestro más hondo,
cántaros rebosantes,
una escalera tibia,
un roderón,
alforjas,
la levadura blanca,
el horno al rojo,
pan reciente.
Son los recuerdos míos,
tuyos,
suyos,
nuestros,
hechos de savia propia,
más allá
de sí mismos,
de ti,
de ellos,
de nosotros.
Encierran lunes,
celos,
años,
fuelles,
vidas,
novenarios,
noches de añil
y bolas de alcanfor.
Cada cual es recuerdo
y poco más.
ELOGIO DEL GORRIÓN
Un pájaro muerto es poca cosa,
tal vez hieda,
pero grita en su ala el universo.
Sobrevoló los campos muchas tardes
ebrio de libertad
y abrevó en los regatos.
Supo cantar a tiempo y columpiarse,
huir del ojo avieso
y camuflar el nido.
Todo lo hizo bien
sin más deseo
que remontar el aire.
No almacenó gusanos.
Se limitó a saciarse
lo justo cada día.
No ambicionó las rocas
ni ver como el halcón.
Le bastó con ser pájaro.
Impotencia
Tú eres risa cuajada
y yo congoja,
soplo amainado y hoja
que se aja.
Tú eres lumbre de leña
y yo ceniza,
débil rasgo de tiza
sobre peña.
¡Y qué plena de mieses
vas, mujer,
y qué pena me da
de no poder!
HASTA EL FONDO DE TI
Vine a abrevar augurios en tus ojos
y a dibujar palomas
en todos los abismos de tu piel.
Me estremecí contándote las lomas
hasta el fondo de ti, tan hondamente
que me llené de todos tus deseos.
Me fui después envuelto en aldabones,
afín con el camino y todo el mundo,
más hombre y más humano.
Ahora sé que somos necesarios
como el roblón y el gozne.
Ya no puedo esperar a que amanezca.
JUEVES POR LA TARDE
Algo me brinca por el cuerpo adentro
con un clamor urgente
amasado de entrega. Es un fuego
fontal, brasa encendida
que me abruma y me quema.
Bajo los estambres de tu piel
voy anidando esquejes
de desvelos y ausencias
que inquietan los sentidos.
Por ti y para ti renuevo
los jueves por la tarde
pensamientos al filo de las seis,
un escuadrón de pájaros en vuelo,
mientras resuelvo en humo los cigarros.
Bajo las colinas de tu sien
quiero albergar mis sueños,
todo un plantel de cantos
y hasta la pertinacia de mis penas.
Pues tú eres, mujer, sueño y alquimia,
ritmo de curva y dicha bosquejada,
y corre por la loma de tu piel
una añada de luz que me alborota.
SI TÚ LO QUIERES
Estoy muerto
cuando tú lo digas
cuando tú lo pienses,
cuando tú lo quieras.
Y resucitaré
si tú lo crees,
si tú lo pides,
si tú lo esperas.
SOLO EXISTEN LOS QUE AMAN
I
Los que no han tocado arpegios
en la guitarra de un vientre tremolante
y vencido, los cangilones vacíos
que solo beben agua en los piélagos
de sus deseos, esos y aquellos
que prevaricaron con eslóganes,
son vástagos de pavesas sin rechistar,
pasto de desolación.
II
Solo existes cuando entregas
las horas y el reloj, los pensamientos
más ocultos, las tejas y el tejado,
el carcaj y las flechas, los esquemas
y todo el corazón.
Si has regado las venas
con el esperma de la ambigüedad
y la amargura, si solo ves esquinas
que no rozaron dedos o entonas
melopeas de cláxones,
tienes el linaje de los sembradores
de moho, híbridos de alquitrán
y risa carcomida.
III
Solo existo cuando pierdo
el atolón seguro, certidumbres,
razones y argumentos, el eco
de todos los gritos, el rol
de los semáforos y hasta la sindéresis.
Si voy alquilando cíngulos
para anudar caricias y resortes
sumisos, acotando vaho por las plazas
afín a los viepremas,
tendré que ir abriendo brocales
en cada poro de mi alma,
para arrojar por ellos los nombres
de todas mis certezas.
PARA SEGUIR VIVIENDO
Necesito tus ojos para estrenar mañanas
audaces, rojas como hornos,
un plenilunio revisando pómulos
y un rincón.
Tus manos para rozar colinas y vaguadas,
el astracán rizado de los poros,
pies descalzos recolectando pausas
y caderas.
Tu paladar para gustar el liquen que destila
el aliento, un labio húmedo, hombros
al alimón, el rezumante ámbar
de los párpados.
Tu oído para escuchar adagios en el diván
mullido de la piel, risas, palabras,
disgresiones en clave, cuatro quejas
y un silencio.
Tu olfato para captar esencias en la loma
de la sien, el aguinaldo del fémur
terso como el espliego, el ambigú
de los senos.
Necesito tus cinco conjuros sensitivos
para seguir viviendo.
ORÍGENES (1996)
Todo canta aquí la vida de otra manera.
Rainer María Rilke
La palabra del alma es la memoria.
Luis Rosales
RETORNO
I
Me lo dije una noche de pavor:
«Vete a ver, por si acaso, los rastrojos,
qué es lo que queda aún,
qué es lo que engarza
aquel amanecer y estos ocasos».
Sopesé la sorpresa:
no sonará en los yunques
el ardor de los machos,
ni cantarán los bujes a coro
con los gallos, ni sudará la
pana en cansinas mañanas.
Pero urgían los sueños:
estarán las callejas,
idénticos los pernios,
los gestos y las tapias.
Era mi convicción cada mañana
al coger el llavero y barruntar esquinas,
la Babel de los cláxones...
todos los lunes a las seis en punto.
Y la memoria anclada
en esas parameras,
como raíz y lumbre
de un gañán a deshoja.
II
Hoy he vuelto a los campos
a respirar y a cerciorarme
si aquellos madrugones
sirvieron para algo,
si aquellos cerros,
si aquellas hoces,
si aquellos desconsuelos.
«Vete a ver, por si acaso,
los rastrojos».
Ya veo,
ya estoy viendo los campos
con escarchas de ozono,
las colleras ajadas,
los trillos desdentados
y las tardes
colmadas de bostezos.
Más ricos, sí
–«¿a dónde va a parar?»–,
y mucha menos pana.
Más orondos
y mucho más apuestos.
Parecen señoritos de ciudad.
Pero de mielgas,
nada;
y de viñedos,
nada;
y de proverbios,
nada.
III
Bajo el regodeo de las bardas
chiflaba el capador
y el aire se llenaba de sentencias.
Este bar fue la fragua
–digo para la historia–;
allí soplaba el fuelle,
en medio la bigornia
y alrededor los hombres
aguzando deseos
a coro con los machos.
¿Quién no recuerda a Carpas?
¿Quién olvida las chispas,
quién olvida los fuelles,
quién las mozas bizarras,
quién las seis de la tarde?
¡Qué lejanos los ecos!
Ni fraguas,
ni sobeos,
ni el adagio del carro
al roturar el alba.
IV
Fueron años muy duros
–quién lo duda–,
y de fríos jergones.
Pero también de murgas,
y de jeras sublimes,
y de humeros airosos,
y de puertas colmadas
de pregones y holas.
Son otros tiempos
(claro;
pero las mismas tierras
cada vez más baldías).
Y cocinas de gas.
Qué adelanto
encender el mechero
y ¡zas!
la lumbre sin hollín.
Y los pucheros,
¿dónde?
Y las salas,
¿quién las cuaja de cal,
si están vacías?
V
«Llegarán en agosto»,
dice ella ovillando recuerdos.
Y llegan en agosto
con coche y bien vestidos
a presumir de empleo.
Empiezan a dar órdenes:
esa pared es vieja,
la cuadra huele mal,
el sobrao es muy bajo,
el corral hay que reconvertirlo
en garaje y terraza.
Poco a poco la casa
se transforma en un piso.
Y la madre se queda
sola con sus recuerdos
al ajustar la aldaba.
VI
No he venido a evocar
ni a resignarme,
no he venido a llorar
sobre la herrumbre
de un pasado vencido,
ni a recaudar nostalgias.
He venido a encontrar
alguna esquirla
que fragüe el eslabón
y me estremezca.
Y con esto me basta.
SÁBANA EN LA PRADERA
Esta sábana tibia que orea la mañana
es mucho más que tela.
Hace poco latía aún en la artesa
ungida de jabón. Era como un amasijo
ebrio de manantiales y senaras
y, al retorcer el paño, cayeron exprimidas
las gatuñas de sueños sin cuajar.
Quizá enjugó una lágrima
que barruntaba olvido,
el gorgojo acechando en la lindera,
los arbitrios y el guano.
Alfa del éxtasis esa urdimbre sutil
que alegra la pradera,
cañamazo de sueños y escozores
que todo lo arroparon:
cuerpos rudos y ardores incipientes,
sudores y caderas, desconsuelos,
murmullos y temblores
de pezones agudos como brasas,
de abrazos con sabor a sementera.
Esta sábana tibia que orea la mañana
es mucho más que tela.
Allí brotó la vida llanamente,
y allí se descompuso la mirada.
En estos cuatro puntos cardinales
que ahora regeneran la pradera.
TAPIAL
Fue grollo antes que muro,
humilde barrizal sin levadura
al borde de lagunas desconchadas.
Allí regeneró juncos y gramas
de estirpes insolentes
hasta que un día un hombre
y una azada rompieron su quietud.
Otra vez lo primario en pugna elemental:
agua y tierra donándose
en la artesa del campo.
Bodas de barro y paja fundidas
como obleas con tesón y denuedo.
Casas, huertos, cercados, palomares,
paredes amasadas de paciencia
que aguantan sin resquicios ni fisuras
el resquemor del tiempo.
¡Y con qué mansedumbre permanecen,
con qué fidelidad!
Tienen la nervatura de los moldes
todavía vigentes como una soldadura
a flor de piel. No son cicatrices;
son destellos de edad, la sinfonía
de un antes y un después.
Catedral de caminos, rezuma pervivencias
de sosiego y estancia.
El cuco merodea entre las bardas;
nada altera sus ojos
que siguen escrutando
la oscilación del tiempo en el tapial.
ROSTROS
Se han vestido de invierno las alcobas
y se ajusta la niebla a los tejados
con tozudez de escarcha.
Todo tiembla.
Se inquietan los tenados,
los pajares se encogen
y van sembrando holas las toquillas
con un repique mudo en cada cerra.
El firmamento pasa su revista
a todos los rastrojos de la tierra.
Ni un surco está de más,
ni una gatuña.
La tejas desperezan su oquedad
y la cal se enamora de la luz,
canta un gallo
y el día se reclina en el zaguán.
El pueblo se despierta lentamente
y asoma tras la esquina una silueta
que va amansando sueños
como un humero enhiesto y sin fisuras.
¿Qué nos dice ese gesto, qué reclama
bajo la mansedumbre de los pasos,
qué nos grita?
Más que espejo es azogue
donde pergeña el viento las mañanas.
Solo fiel a sí mismo,
el mentón desafía la intemperie
y penden de los pómulos dos cerros
de tanto provocar las madrugadas
en días de cernada y desconsuelo.
El oído ha escuchado las esquilas
y todos los reclamos de las mieses.
La nariz ha captado los establos,
el tempero, los bujes y la paja.
La boca ha degustado el pan reciente,
el cuero de tocino y los rebojos.
Y en los ojos se nublan los rastrojos
con toda la templanza de la tierra.
¿Para qué tanto empeño,
si ahora se desdicen las linderas,
si ya nadie se agacha por un real,
si el cántaro reniega de ser él,
y el muladar y el bieldo y la torcida?
El sabe lo que es y está en lo cierto,
aunque hoy sea un rostro taciturno,
un poco más liviano, ya más cerca
de devolver al barro lo que es suyo.
MUJERES CASTELLANAS
Las veo todavía en el zaguán
hilvanando un suspiro
después de hacer la jera
a las seis de la tarde.
O aclarando la ropa
cuando el sol despereza los rincones
y rasgan los vencejos
el primer resplandor de la mañana.
Mujeres castellanas,
hondas y elementales
como un tallo de grama.
Más ceniza que brasa incandescente,
nacieron para dar y resignarse...
Sin más perfume
que el sudor y el viento,
sin más provocación que la mirada
reconviniendo sillas y pucheros,
las alcobas y todas las agujas
que colman la bachilla
de infinidad de ojos,
de infinidad de sueños.
A contragolpe siempre de las cosas,
desmadejaron penas y quebrantos
para zurcir después los sentimientos
con todo su espesor de madrugada.
Y todavía están como un barbecho
alargando la tarde
por si aparece el hombre
oliendo a cuarterón y sementera.
Algunos ya se fueron
con los pies por delante
tras colgar los aperos en la cuadra.
De repente y sin ruido,
como se va el vencejo,
como se van los olmos.
Las veo todavía en el zaguán
atisbando la calle
como un gorrión el campo,
y después suspirando hacia el hogar
con la cabeza llena de recuerdos.
EL OLMO Y EL ANCIANO
Hoy lo he visto muy claro
cuando el sol se escurría entre las cárcavas
y un gato revisaba las goteras
antes de recostarse en el humero.
Urgía la campana a un novenario,
apareció un anciano
y se llenó la calle de respeto.
En su andar renqueante la lezna
de los años ha urdido mil refranes.
Ni siquiera malgasta sus palabras.
Es, porque así las cosas, el último eslabón
de una estirpe de dioses derrotados:
ellos que se vaciaron más que hoces voraces.
He sentido un trallazo al cruzarme con él
y el fulgor de sus hombros
sacudió mis entrañas, como al mirar el olmo
no herido por el rayo,
sino seco de pena y soledad.
Adioses que cabalgan desahuciados
ya nunca volverán,
pero sí tornarán los que dejaron
candiles encendidos de recuerdos.
Vuelven de vez en cuando a revisarlos
para que no se apague la torcida,
ni se resienta el cabrio, ni se oxiden los goznes.
Nos esperan el olmo y el anciano
antes de despedirse de la tierra,
antes de que alborote la ventisca
tanta rama raída por la ausencia,
tanto sueño vencido,
tanto escozor de noches
en el envés del alma y de las hojas.
DESPEDIDA
Todo en su sitio, en calma,
sin espasmos, a punto para el vuelo
y el adiós. Cae densa la tarde tras los cerros,
y se va como vino la mañana,
exultando de gozo y más serena.
Es la hora del yunque y de la reja,
del sosiego al amor de la camilla,
del escaño y las sombras,
del tempero y las ánimas.
Y es el momento justo para irse,
después de haber olido los rastrojos,
las bardas, los humeros y las tejas,
después de haber oído las pisadas
y de escuchar el vuelo del vencejo.
Vine para escardar los sentimientos
a estos campos tan rectos como holas,
porque olvidó el Geómetra la curva
al diseñar los campos de Castilla.
Y me iré más liviano,
como este sol que va de anochecida
seguro de volver de madrugada.
REVELACIÓN DEL SUR (1998)
Es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro
para que el perfume del pulmón nos golpee en las sienes...
Federico García Lorca
TENGENENGE
A Tom Blomefield y Antonio Calvera
I
¿Un poblado, un museo, una comuna?
Un lenguaraz marchante me introduce
en esta galería a cielo abierto,
donde alumbra la tierra sin recato
un arsenal de mitos recreados
con todos los misterios de la noche.
El decorado encaja con la vida;
la nube huele a nube y respiran las piedras
el aliento del hombre que las ve.
Los cinceles libran una batalla con los dioses
que andan alborotados tras los cerros.
II
Bajo un arco de teca avanza un hombre blanco
destiñendo las sombras
con su hirsuta cabellera marxiana
y desata la risa de Joseph Muli,
el artista que un día le dijo:
«¡Jefe, estas piedras tienen alma!»
«Me atrapó la libertad»,
se disculpa Tom Blomefield,
mientras abre los brazos y baila con Muli
la danza de las avestruces en celo.
Una carcajada invade las cabañas,
y no es una evasión, sino la vida
que inunda Tengenenge de esplendor.
Tom Blomefield parpadea,
arica su cabello con un peine de nácar
y explica entre jadeos:
«Una cantera de serpentina espera,
más que un cincel,
el ojo que presiente la forma.
Los artistas escuchan cómo palpita
el cosmos en su seno.
La escultura es aliento,
un destello de sueño y libertad,
una pregunta al hombre y a las cosas.»
III
Se acerca una mujer
con sus senos al aire aventando promesas
y susurra Tom Blomefield:
«Ella estaba en la piedra».
EL CRISTO DE MTHAWIRA
A Charles Boucher
El Cristo de Mthawira
lo esculpieron artistas de Ku-Ngoni1
a golpe de quejumbre y desconsuelo.
Sobre una cruz de okume
arquea su fatiga el Nazareno
con la tensión del negro escarnecido.
He ahí el costado abierto
como las minas de Shaba,
los ojos abatidos por el sida,
los tobillos hinchados por la deuda,
los hombros con rasguños de pateras.
Le abruman los esclavos
embarcados a golpe de vileza
en Uidah y Gorea2
para colmar de mieses los graneros
de Alabama y Georgia
y hacer más grande América.
Le oprime la blasfemia
que acuñó el apartheid con maldad calvinista
para enterrar al negro y su negrura
en las minas de Kimberley,
la nueva Jerusalén
para los elegidos por sí mismos
hijos predilectos de Yahvé.
Le pesa la avaricia de caudillos mendaces
que esquilmaron al pueblo
por razones de Estado.
Negreros de piel negra,
sanguijuelas voraces,
nada sació sus ansias de poder y arrogancia.
Y, sin embargo,
Dios, el hombre y el universo
caben en esta cruz curvada por la fatiga.
Cabe también el canto,
cabe el gozo y la risa de esa niña que crece
aferrada a su sueño
de quebrar los espinos
y desplegar sus alas incipientes
a vientos con olor a libertad.
1. Ku-Ngoni es el nombre de un centro de artistas malauitas, creado por el P. Charles Boucher, misionero canadiense. Mthawira es un pueblo cerca de Blantyre.
2. En el fuerte de Uidah (Benín) y en la isla de Gorea (Senegal) los negreros concentraban a los esclavos africanos, antes de emprender la travesía hacia América.
GIZEH
I
Atrás El Cairo con sus bazares
y el callejón de Midaq,
donde Mahfuz1 aspiraba el narguile
antes de adoquinar con su prosa
la calle Sanadiqiya, saludar al tío Kamil
y soportar la cantilena del almuédano.
La nariz de Nasser agrupa a los turistas
y un mendigo remeda al monitor:
«Menfis, Sakkarah y el Valle de los Reyes».
Las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino
refulgen con el orgullo de una historia
que el tiempo ha preservado a ras de arena.
Estas simetrías perfectas
aproximan los cuerpos a la luz.
Las pirámides son el triunfo
de Ra sobre Osiris,
del sol sobre la tierra,
del nicho sobre la sepultura.
Pero en este paraje ungido de sopor
los dátiles y los camellos
son la única cortesía de Gizeh.
II
El rostro de la Esfinge
escruta los oasis tapizados de enigmas.
Aquí prendió el deseo
de vergeles sagrados,
aquí Dios y los hombres
bregaron noche y día para tejer hazañas.
Las doce tribus de Israel maldijeron la arena
que prohijó el Corán.
¿Qué reino ha perdurado
coronado de insania y sinrazón?
«Menfis, Sakkarah y el Valle de los Reyes»,
repican las palmeras
estremecidas aún por las langostas,
la ira de Moisés y las llaves del arca.
III
He ahí un grupo de lavanderas
zurcidas de viscosilla hasta los pies.
Han venido a este oasis
a tundir la ropa sucia y aclarar sus desvelos
a mano limpia y siglos de estupor.
No envidian el ceño de Mubarak,
ni el fulgor de los flases
que incendian de espejismos la colada.
¿Volverán a sus callejones
cerca de la Sanadiqiya,
saludarán al tío Kamil
y verán la silueta de Mahfuz
esquivando la daga traicionera
afilada al amparo de una sura?
Las agujas de la mezquita de Mohamed Alí
no despejan la duda;
alguien en una esquina
pone precio a su carne
y la Esfinge requisa un jeroglífico.
1. Naguib Mahfuz, novelista egipcio, premio Nobel de Literatura en 1988. Una de sus novelas más celebradas es El callejón de los milagros.
BAOBAB
A Donato Ndongo-Bidyogo
A lo lejos brilla como un fantasma,
y parece que surge de la tierra
para ungir la techumbre de los cielos
con demora de siglos y advertencias.
Pero a medida que me aproximo
se va ensanchando
como la vena de una pregunta.
Siento entonces su abrazo
y presiento el vigor de las raíces
voraces de sustento y donación.
Mástil de las fatigas africanas,
el baobab acuna los misterios
de la tierra que gime en sus entrañas
con dolores de fe y alumbramiento.
Es don, germinación y espera
que enciende y configura la sabana
con los brazos henchidos
como brasas. Ni una astilla en su piel,
ni un latigazo de más en esos nudos
que el tiempo ha coronado de quietud.
Solo las cicatrices de los años.
Por eso se envanece
y aguanta sin dolerse
la embestida del viento,
los dardos cenitales de la luz,
los ecos pertinaces de los búhos.
Un espíritu ciñe su osamenta
cuando cruje una rama.
Su sombra multiplica los proverbios
cuando hambrean las mieses una nube.
Y su tronco retumba sangre adentro
como el son de una kora1
cuando tensa sus cuerdas el griot
con fervor de progenie.
Posada a cielo abierto,
en él convive el buitre con la hormiga,
repasa su estrategia el babuino
y madura el anciano su palabra.
Es por eso un trasunto, una modulación,
un grito del África que sueña
más allá de la nube,
más acá de la hoguera
cuajada de recelos y preguntas
para inundar de lumbre las mañanas.
1. Especie de arpa del Africa Occidental de 21 cuerdas, muy usada por los griot o cronistas de un grupo étnico para mantener viva la
memoria colectiva.
VALERIE
A Costante Zadra
La conocí en Kinshasa;
se llama Valerie.
Hija de Kin-la-belle1,
cuando era hermosa
esta ciudad poubelle...
«Il faut que le chien...»,
dijiste entre sollozos
al vislumbrar un perro en la veranda,
y buscaste el regazo de la madre
como un corzo asustado al ver la hiena
que espía su menú tras los matojos.
«Vete, vete...»
Y otra vez a saltar,
las trenzas esquivando mariposas,
¿o espíritus o diablos o mañanas?
¿A dónde miran
esos ojos teñidos de azabache,
en qué estupor reposan?
En la infame Kinshasa de Mobutu2
la vida es un indulto cada día.
Siempre un depredador ronda al acecho.
Y tú, Caperucita-Valerie,
¿podrás sobrevivir
a la avidez de todas las jaurías
que auscultan el temblor de tus pisadas?
Iba a decir, ya dije,
hija de Kin-la-belle.
No me desdigo.
Fue hermosa tu ciudad,
fue soberana al descender la tarde por el río.
Hoy ese señorío lo desdice
el burdel pordiosero que inflama las aceras
de enervante sukús3 y desconsuelo.
En la nueva Kinshasa sin jardines
solo caben tus labios y esas trenzas
que esquivan mariposas,
¿o espíritus o diablos o mañanas?
Si yo fuera Senghor,
tejería metáforas de lino
con la fibra de todas las palmeras
para glosar tu cara y esos ojos
que van puliendo espejos al mirar.
Pero soy un mondele4
que recaló en Kinshasa
a barruntar olvido y decadencia.
Valerie, Valerie,
hija de Kin-la-belle,
hoy conjuro tu miedo y esas trenzas
que esquivan mariposas,
¿o espíritus o diablos o mañanas?
Kinshasa, 1996
1. Kinshasa, capital de Zaire (actual República Democrática del Congo), era conocida en los años setenta como Kin-la-belle (Kinshasa, la hermosa); cuando la visité por segunda vez, en 1996, la llamaban Kin-la-poubelle (Kinshasa, el basurero). 2. Mobutu Sese Seko, presidente de Zaire desde noviembre de 1965 hasta mayo de 1997. 3. Típica rumba zaireña. 4. Hombre blanco, en lingala.
CAMINO DEL CEMENTERIO
A María Mayo
Escucho al mediodía las fanfarrias
que preceden la danza de los muertos
con un temblor de pulsos desquiciados.
¿Quién osará esquivarlos,
si su espíritu liba las entrañas
buscando la fisura de la noche?
Hasta los guardias civiles
desenvainan sus cascos
curvos como la usura,
dejan de fustigar al viandante
y juran que han rezado un miserere.
Danzan los ataúdes por las calles
repartiendo advertencias a los vivos.
La vida se prolonga a ras de suelo
en este Zaire avieso y esquilmado
y nadie la disocia de la muerte.
Esos ataúdes, esos gritos
alardean de vida:
va el espíritu dentro,
va la savia que fluye y regenera
a los que son y han sido
aliento de maizales y progenie.
Por eso, la algazara,
por eso los efluvios de la muerte
que va por esas calles sin dolor,
como quien va al mercado,
como quien va de paso.
Lo grave y decisivo no es morir;
es crecer sin esquejes
o ser huella olvidada que nadie recupera
al trasponer el valle.
El africano es alguien cuando danza,
y cuando vive y muere acompañado,
cuando puede decir que se proyecta
aquí y en la otra vida
desovillando siempre la memoria.
Me lo enseñaron Tempels y Senghor,
Tengenenge y las máscaras baulé.
Pero ahora palpaba las esencias
de aquella negritud sin artilugios:
un ataúd danzando por las calles
en la periferia de Kinshasa
con la lujuria exangüe de la muerte,
con la ebriedad pujante de la vida.
Kinshasa, 1996
MACAO
A Daniel Cerezo
I
Las luces de neón, rojas, azules, verdes,
como el ardor y la esperanza
lanzan en la bahía muecas de carnaval,
y juro por mi honor que eso es Macao:
seis coma cero cinco cubiletes cuadrados
de fantasmas de azar
a sesenta minutos de Hong Kong.
La puerta de San Pablo es el pasado,
una escueta fachada de granito
protegida por los cañones de la Fortaleza del Monte
mientras Stanley Ho1 no decida otra cosa.
Y por doquier comercios,
olor a cerdo frito, mujeres-albañiles
que enhebran rascacielos
con bramidos del mar.
II
Un Buda de cuatro caras
repasa ante el Canódromo
la última quiniela imantada de ensalmos.
Corren más los anhelos que los cascos
y en el río de las Perlas
se desgrana la flor del desengaño.
Puerta de Oriente,
¿quién va a pasar por ella
para sondear el arcano
de un mañana que ya alborea
y nimba las murallas de Beijing?
Un echador de cartas certifica
ante el templo de A-Má
que «no hay Yin sin Yang
ni puerta sin cerrojo».
Tan complejo
como un hexagrama de I Ching.
Es más diáfano
el factor de los cinco colores orrectos,
donde brilla el amarillo
con la plenitud de la tierra,
la madre Khwan –el principio pasivo–,
seguida de Kun y Mang –la locura juvenil–.
III
Un occidental roza la seda
y se enciende la carne porque intuye la forma.
Oriente no es razón, es criptograma
que Hollywood trasmuta en saltamontes
para endulzar la afrenta de Vietnam.
Mientras paseo por la Avenida de la Amistad
se clava en mi sesera el aguijón de la noche;
aletean como mariposas las luces del Jai Alai2
y alguien gira lentamente la ruleta: par y rojo.
¿Simple juego o enigma?
En la otra orilla del mar
engulle el dragón las fichas.
Macao 1995
1. Stanley Ho es el dueño de los casinos, salas de juego y compañías comerciales más importantes de Macao. 2. Uno de los casinos más concurridos de Macao.
LA VENGANZA DE LOS "ANITOS"
Ni un mosquito vaticina un estanque
en muchos kilómetros a la redonda.
El coche se embadurna de tristeza
y es una profanación en estos yermos,
donde antaño brillaba el cocotero
y orniaba el carabao
con la misma liturgia que en Calamba
los sábados bruñidos por la tarde.
Un alud desquició los arrozales
y avivó los lamentos del aeta1.
Estalló el Pinatubo2 ante sus ojos,
arrasó sus moradas y ganados,
las huertas convertidas en desierto,
las ilusiones rotas como cañas.
¿Quién despertó el volcán
después de quinientos años?
Los aetas –blanco preferido de los yanquis
en la jungla de Subic–
alzan los ojos hacia sus lares sagrados
y no vislumbran montes para sus anitos3.
Y una tierra sin espíritus es una maldición.
1. Pueblo negro de Filipinas; ayta en tagalo significa “negro del monte”. 2. La erupción del Monte Pinatubo tuvo lugar en junio de 1991 en Luzón Central (Filipinas). Vomitó 7.000 millones de metros cúbicos de ceniza. 3. Espíritus, según la tradición popular filipina.
EL PASO DE LOS LOROS
A Juan José Tenías
Iba la barca a tientas
lamiendo los bajíos, un jolgorio de voces
quebró los pensamientos
y el barquero soltó una carcajada:
«Vámonos, patrón, que ya pasaron los loros»
Era lo convenido para el tajo
en el aserradero de Borbón1:
«desde el amanecer hasta el paso de los loros».
En los ojos del barquero,
un negro cimarrón descendiente de esclavos,
repicaba la risa del desprecio.
Sus ancestros mandinga2
–¿o wolof o miná?–
llegaron a Esmeraldas hace trescientos años
en un barco negrero
e hicieron de Ecuador cuna mestiza.
«Pero un día los loros no pasaron
y allí no se movió ni una correa»,
masculló con acento tornatrás.
El barquero rezongó:
Dale al pisco, patrón,
dales badana,
que a fuerza de riñón
sube la plata.
«Allá Punta Venado
–recinto santo de los chachis–,
y más allá Santa María,
y más allá el infierno».
Hic sunt leones, informaban los mapas
cuando los tíos del barquero
tallaban el marfil en el reino de Ifé3
para enaltecer el Museo Británico.
En la orilla del río
una anciana cayapa4 repara una canoa.
Su carne fláccida
le ha robado color al pergamino
y un exvoto de plumas
redime las arrugas de sus pechos.
«¿Las plumas son de loro?»
Sí, señor, de loro son,
y aquel día no pasaron
los loros en procesión...
Dale al pisco, patrón,
dales badana,
que a fuerza de riñón
sube la plata.
Africa y Esmeraldas, sin más intermediarios
que el Océano, la avaricia y el látigo.
Solo queda el orgullo
bajo esa frente humillada,
solo la vida que salta a chorros
en Borbón, junto al río Santa María.
1. Pueblo de Ecuador en la provincia de Esmeraldas, con mayoría de población negra. 2. Mandinga: tronco étnico de varios pueblos africanos, como los bambara, dogón y malinké, originarios del antiguo Sudán occidental; wolof: pueblo senegalés; miná o mina: pueblo de Ghana, Togo y Benín. Todos ellos fueron duramente castigados por la trata de esclavos. 3. Uno de los reinos más avanzados que florecieron en la actual Nigeria antes de la conquista colonial. En el Museo Británico hay extra-ordinarias tallas de bronce y de marfil pertenecientes a los reinos de Ifé y de Benín. 4. Nombre vulgar que se da también a los indios chachis ecuatorianos.
CARACAS
A Teresa y Joaquín
Caracas serpentea, cachazuda y criolla,
como un caimán celoso
que arrastra su desidia por el valle,
orgullosa del sol y Carabobo.
Bajo los puentes, dazibaos de amor
aplacan la miseria de los negros.
Y aquí no pasa nada.
A las tres de la tarde
los hijastros de CAP1 pasean su flojera
por la pasarela de los Próceres,
reconfortan su abulia ante La Francia,
donde brilla el cochano2 camuflado de dije,
imprecan al vetusto Capitol
y suben, ya caída la tarde, a su cubil.
Y aquí no pasa nada.
Un panfleto promete
que volverá el Libertador
a repartir petróleo como leche materna
por esas calles llenas de pavor,
que habrá pan para todos,
y casa para todos,
y risa para todos...
Pero siguen medrando
Barraganas, pillastres y pendejos.
Y aquí no pasa nada.
Un indiano trasuda en el Gran Café,
anuncia un “caracazo” y hace guiños al aire.
Nació en Gijón, perdió la guerra
y vino con lo puesto.
Muchas noches durmió en un cobertizo
amarrando los sueños a una cuerda.
Anduvo al oro,
fue el “rey del pabellón”3 en Las Claritas,
hizo plata y amigos,
pero lo desnudaron la honradez y el orgullo,
y orea su fracaso cada tarde
con arepas y un vaso de Polar4:
Tuve quinta y criado,
pero no quise nunca
bajarme de la mula5
y acabé trasquilado.
Guasón y deslenguado,
aclama las consignas de Chávez y sus huestes
al grito de «CAP, ce de corrupción»...
Y aquí no pasa nada.
Petróleo, ¿bendición o castigo?,
se pregunta un sociólogo avezado en análisis.
Hinca la hipocresía sus cimientos
en las quintas de Country Club,
donde rumian su hartazgo
indianos y caciques
que atufan a indolencia, guarnición y guerrera.
Y aquí no pasa nada.
Cuando asalta el neón los rascacielos,
huye la tarde por guajiras
a pernoctar en el Monte Ávila,
cunde el pánico en la terminal de Nuevo Circo,
los ranchos eyaculan sus luciérnagas
y el rey de Miraflores se disfraza de caqui.
Simón Bolívar sigue cabalgando
sin repartir galones de petróleo.
Y aquí no pasa nada.
1. Acrónimo de Carlos Andrés Pérez. 2. Pepita de oro. 3. Típico plato venezolano de arroz, judías y carne mechada. Si se le añade plátano frito, se llama “Pabellón con baranda”.4. Marca de cerveza venezolana. 5. “Bájate de la mula” es la contraseña que usan policías y autoridades para pedir dinero a cambio de algún servicio oficial o, sencillamente, para condonar una multa.
VELORIO EN LOS ANDES
A Antonio Villarino
El “Hillman” de Pepe Díaz renquea
como un asmático de Chicrín
cuando apura el sendero de polvo y miedo
hacia Tarma, Junín y Cerro de Pasco.
El trayecto está bordeado de cruces
lamidas sin decoro por un hato de llamas
que endulzan con sus lazos
el agreste espinazo de los Andes.
De ellas aprendió Pizarro
la pervivencia a pie de risco y hoya
con los mulos rumiando terquedad.
Aquí siempre piafaron los imperios
con la embriaguez del oro y la conquista,
y aquí clama la tierra contra el hombre
que horada sus entrañas a destajo.
Pisco, coca y abulia reconfortan
los tercos meaculpas de los cholos:
«que vea usted, padresito, yo abrenuncio
de todos mis pecados, Satanás,
en el nomine Patris, del patrón... nihil obstat».
Sobre un catafalco negro
el blanco ataúd de un niño de apenas cinco años.
Seis horas de velorio y responsos de pisco
van lavando el harapo de la pena.
Hay que aguantar la noche como sea:
«que no venga Gatuña y se lo lleve,
que no venga Hocicudo y esté solo,
nihil obstat, padresito, Satanás».
La vida es muy barata en estos cerros.
Todo lo engulle el tajo de la mina
que avanza devorando cuanto toca:
chacras, casas, poblados, dignidad...
El serrano se humilla ante el patrón
y exclama en cada teso de sí mismo:
«No soy nadie».
Es más verdad el cobre y el vanadio,
más tangible la plata,
más fuerte el baptisterio que el amor.
«Cristiánemela, padresito, que se va».
El padresito sabe que se irá,
porque el agua no cura las anemias
y un niño de los Andes vale solo
dos botellas de pisco y un velorio.
CHICHÉN-ITZÁ
A Luis y Dori
I
En el equinoccio de septiembre
desciende la Serpiente Emplumada
por el Castillo de Chichén-Itzá
sin más boato que una sombra.
Ya no aúlla el jaguar,
ni se cuaja la sangre en el Chac-Mool1,
pero grita la piedra mil traiciones.
No rezan así los prontuarios turísticos
que reseñan imperios y epopeyas
con paradas en Uxmal, Tulum, Cozumel,
Isla Mujeres y una parrillada de moluscos.
mpoco aluden a la puñetera drosophila melanogaster
que succiona hasta el alma
en las sofocantes cloacas de Mérida.
II
El espectáculo de luz y sonido
convoca a los dioses mayas
en el Cuadrángulo de las Monjas:
Hunab Ku, Itzam Na, Ixel,
y sobre todos Yum Kax, el dios del maíz.
Luces azuladas, verdes y rojizas
esculpen en las piedras los goznes del pasado.
Y cuando asoma Kukulkán2
una mujer suspira envuelta en el huipil;
es una lacandona. El Chac-Mool
la acaricia con sus ojos de jade
y esboza una sonrisa, como si la esperara
detrás de aquella mueca
que redobla el misterio de la noche.
Cada vez que levanto mi pie,
cada vez que levanto mi mano,
escucho tu voz venir de muy lejos,
el gran Jaguar, el gran Chac.
La exposición termina con escenas de caza
y un juego de pelota que conjura a la muerte.
En la hirsuta cabeza lacandona
bostezan dos jaguares;
los halaga una mano temblorosa
que musita un responso al capitán.
1. Escultura de piedra de guerreros mayas yacentes con un cuenco en el vientre sobre el que se vertía la sangre de las personas sacrificadas a los dioses. 2. Nombre que dan los mayas a la Serpiente Emplumada, el Quetzalcóatl de los toltecas y aztecas. .
LAS MOMIAS DE GUANAJUATO
A Marta Portal y Arnaldo Braguti
Al descender del Cerro del Cubilete
apuñalan mis ojos las punzantes espinas
de todos los cristeros, de todas las desazones
que compungen el ánima de Susana San Juan1.
Un alud de murmullos me golpea las sienes
y, de pronto, vislumbro Guanajuato
como un comal ansioso de llovizna.
¿De quién son esos rostros, esas muecas
que todavía esperan un responso?
«La momia más pequeña del mundo»,
reza un cartelito grabado en times negra.
Pero yo veo calles y balcones cerrados
para acallar las voces que bajan de los cerros
a buscar quien las calme.
Voces como sollozos,
voces como quejumbres.
Las voces de los vivos
que están ya medio muertos:
Eduviges, Damiana, Doloritas, Juan Preciado...
¿Por qué me asalta el recuerdo de Pedro Páramo,
después de conspirar en la Alhóndiga de Granaditas
y simular la decadencia del Teatro Juárez?
No me atormentó la iracundia de Orozco
en el palacio de Chapultepec,
ni el olor a venganza en la Plaza de las Tres Culturas.
Tampoco me inquietaron las momias anoréxicas
de los faraones egipcios en el Museo Británico.
Sin embargo, estos cuerpos desnudos
merodean como cien mil pesares
por las plazas de Guanajuato.
Sí, quizá vea la estela del resquemor en esos ojos;
tal vez estos hijos son retoños tardíos
de Cortés y Cuauhtemoc.
Tanta orfandad reclama algún suspiro
«en la mera boca del infierno», Susanita,
laberinto de soledad que ya no ceja
de remover las huellas del olvido.
Descendí del Cerro del Cubilete
escoltado por un tropel de sombras.
La fastuosa corona de espinas
era solo un presagio,
preludio de estas momias
que un día suplicaron reposar mansamente.
No las dejó el rencor.
1. Uno de los personajes emblemáticos de la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo.
DEL ORINOCO AL ZAMBEZE
A Daniel y Ana Isabel
I
Como la Gran Sabana se jacta de sus tepuís
y del Salto del Ángel,
así Ciudad Bolívar presume de hidalguía,
lealtad y caderas
talladas para espejos de boutique.
He ahí el Orinoco repasando a sus anchas
los yelmos, las celadas, los herrajes
que aunaron los arcanos de la historia.
Se mece como mar bien guarecido
y añora melodías de cascadas
a coro con la risa de los loros
y el temblor virginal de las bateas
al acunar el oro en sus entrañas.
Por eso se resiste a proseguir
y simula un bostezo
en esta ronda a gusto con sus plazas
atestada de próceres y arengas.
Solo el sueño de playas y gaviotas
conmueve la pereza de su lecho
y apura con pasión su trayectoria
hacia el tierno regazo
en salazón de escamas y oleaje.
Para volver a ser, ya gota,
otra vez torrentera.
II
El Nilo desoyó a los adivinos
y roturó la saya del desierto.
En El Cairo se ufana de su lecho,
y es donde yo lo veo
maldiciendo a los puentes.
Presagiaba el destino
desde las paludes de Sudán,
donde el denka1 aprendió del flamenco
un yoga primordial,
antes de que El Mahdi2 truncara
el esplendor de su negrura
con la cimitarra del desprecio.
Allí desvaneció las madrugadas,
mientras las pezuñas de los búfalos
disputaban la poza al babuino.
Y allí escuchó el lamento de las púberes
marcadas con la fusta del baggara3.
¡Con qué tenacidad sigue su curso
para hendir La Gezira
al son del algodón,
y flirtea su talle con las dunas
para eludir lo inevitable:
el orzuelo de Asuán!
Ya libre de ataduras,
el Nilo es don, fertilidad y gozo.
Al pasar por El Cairo tiene aspecto mestizo,
y se aleja con garbo
para ofrendar al mar historia y limo.
III
El Zambeze zozobra sin rebozo
antes de estremecer Victoria Falls
con bramidos y espuma
que el sol diluye hambriento de color.
Retumba en los oídos,
y es mucho más que ruido:
una advertencia,
rabia, estupor y estruendo,
el ayer y el mañana,
espíritus y duendes y pavor.
Eso es Victoria Falls
cuando asoma el Zambeze
desoyendo cautelas
y el agua se despeña en mil lamentos.
Toda África gime en esta sima
y esculpe en las entrañas de la piedra
un diluvio de adioses enojados
heridos de dolor y transgresiones.
Es el son de los montes, del tamtan
y la espera, del sigilo y la noche
cuando el blues rasgó las alboradas.
Es la danza hecha carne
que recrea el orgullo, el vigor y la astucia
de un pueblo subyugado
que sacudió los goznes de la injuria
con sorbos de suprema dignidad.
Potro desembridado,
tanto estruendo no cabe en la sabana
y se va rezongando hacia Kariba
las notas de un adagio matinal.
Aquí reposa y sueña.
¡Cuántas treguas le quedan todavía
para abrazar el mar!
Pero sabe que irá sin devaneo,
como van los espíritus al bosque
cuando el sol se desnuca tras los cerros.
IV
En Kinshasa luce su orgullo colonial
el Hotel Memling, donde los affreux4
lloraron a Tshombé con botellas de ron.
Y en Brazzaville brilla la torre Bemba,
redonda como los celos.
El río va en el medio
derrochando sentencias.
Robert Gillyngs5 señaló hacia el muelle
con su pluma de ganso
repujada de idiomas
y vomitó su rabia:
Aquí se llama Zaire6
por un zafio capricho;
allí lo llaman Congo
por historia y semántica.
Meneó la cabeza
y se marchó a lo suyo.
Pero un nombre no altera el movimiento,
y este río discurre hacia Matadi,
ajeno a la vileza de Mobutu
y a la parsimonia de los ferrys.
Volveré a verlo en “Chez López”
arrullando chalupas pordioseras,
mientras descifro el oráculo de N’Sele7
y brindo con cerveza primordial
por la teoría de Heráclito.
Kinshasa, 1996
1. Uno de los muchos pueblos negros que viven en el Sudán Meridional, tradicionalmente pastores. 2. Caudillo de Sudán de nombre Mohamed Ahmed, a finales del siglo pasado. Tomó el nombre de El Mahdi (el guiado, el salvador), predicó la guerra santa contra egipcios y turcos, desencadenó una revolución islámica y conquistó Jartum en 1885.3. Pueblo esclavista sudanés temido por sus razzias de negros. 4. Mercenarios, famosos durante la secesión de Katanga. 5. Gerente belga de la cooperativa zaireña “Bwamanda”. 6. Desde mayo de 1997 vuelve a llamarse Congo. 7. Lugar donde se encontraba la sede del Partido Popular de la Revolución, fundado por Mobutu Sese Seko, y un lujoso palacio de estilo oriental construido por los chinos.