PAJARES DE LA LAMPREANA

Villa de la Tierra del Pan
 


 

Gerardo González Calvo

El habla en la Tierra del Pan. Zamora

 

 Casi la totalidad de las palabras recogidas en este vocabulario han sido publicadas en los libros de Gerardo González Calvo Palabras y expresiones coloquiales. Pajares de la Lampreana (Zamora), editado por Semuret en el año 2000 y Palabras y expresiones coloquiales de la comarca de la Lampreana, editado por la editorial Comunicación Social en el año 2009.

Único léxico que existe sobre la Tierra del Pan, es el resultado de muchas horas de trabajo, entrevistas con personas de Pajares de la Lampreana y consultas con los mejores diccionarios de la lengua castellana, incluida la última edición del Diccionario de la Lengua Española, publicada en 2014.


El hombre a través de la palabra
Por Gerardo González Calvo

Leí hace muchos años en Calila e Digna que “la palabra lanzada por el arco de la lengua penetra hondamente al llegar al corazón y no se arranca jamás”. Esta máxima de uno de los primeros relatos orientales traducidos al castellano, según los expertos por orden de Alfonso X el Sabio en 1251, un año antes de ser coronado rey de Castilla y León, me acompañó en mis investigaciones sobre las palabras que recogí durante más de 20 años en la zamorana Tierra del Pan. Me descubrió también la enjundia de los primeros microrrelatos, escritos en el siglo III en sánscrito llamado el Panchatantra para enseñar cómo hablar y vivir. Fueron traducidos al árabe por Abdallah ben al-Muqaffa en el año 750.
Descubrí entonces no solo la relevancia de la tradición oral y de una cultura rural transmitida de generación en generación, sino también la importancia de unas palabras usadas en la zamorana Tierra del Pan con marchamo asturleonés que han prevalecido a pesar de la presión del castellano en las últimas centurias.
Creo que el hecho de vivir en unos pueblos bastante aislados favoreció que perdurara un léxico singular, enriquecido con frases proverbiales acuñadas sobre todo por las mujeres. Tuve la oportunidad de hablar con algunas de ellas que rondaban o superaban los noventa años en las postrimerías del siglo pasado. Anoté muchos dichos junto a palabras que iban cayendo en desuso.
Me impresionaron frases proverbiales cómo “a qué asunto” (de ninguna manera), “pos luego” (cómo no), “buena jera” (llevarse bien), “va que esmorceña” (huir, salir escaldado), “ser más largo que un año sin pan” (muy alto), y expresiones lapidarias y sagaces, como “si hay que besar el culo al perro, que se bese luego” (hacer algo enseguida, aunque repugne), “ahí te va una puya, ahí te van dos: si hablas cornudo y si callas cabrón”. O la definición gráfica de unas “estrebes” (trébede) que me recitó la pajaresa Cipriana Turiño en el verano de 1999: “Estrebes son, tontona, / tres patas y una corona”. El Diccionario de la Lengua Española define trébede como “aro o triángulo de hierro con tres pies, que sirve para poner al fuego sartenes, peroles, etc.” Más descriptiva quizás, pero menos sencilla y aleccionadora.
Lenguaje rural y equilibrio con el medio ambiente
El castellano está plagado de palabras y expresiones de extracción rural, como “a pajas iguales”, “a paladas”, “a punta pala”. Nuestro diccionario recoge la expresión “salirse alguien de la parva”, que significa apartarse del intento o del asunto, pero en la Tierra del Pan se dice “a buen sitio fue a poner la parva” para subrayar que alguien no sabía con quién se la estaba jugando. En las ciudades habrá que explicarle a la gente por qué se dice “a todo el cerdo le llega su Sanmartín”. Y lo mismo las parábolas evangélicas de la vid, los sarmientos, la higuera, etc.
Las palabras no solo conforman una forma de hablar, sino sobre todo un talante, un estilo de vida que por desgracia se va perdiendo en los pueblos debido a una galopante despoblación. Este fenómeno comenzó a producirse en Castilla y León a mediados del siglo pasado con la introducción de la mecanización del campo y de la implantación de los polos de desarrollo en Asturias, el País Vasco y Cataluña, a donde emigraron en busca de trabajo decenas de miles de castellanoleoneses y andaluces.
El gran problema no es solo que se hayan dejado de emplear centenares de palabras relacionadas con los numerosos aperos de labranza, algo lógico cuando caen en desuso y no se ha tenido, salvo raras y encomiables excepciones, la clarividencia de catalogarlos, sino sobre todo que no se hayan organizado más museos rurales para dejar constancia de una milenaria cultura rural. Olvidar el pasado es renunciar a una parte de la historia del ser humano que supo preservar el medio ambiente viviendo en sintonía con la naturaleza, cuando nadie se ocupaba de la ecología.
El hombre rural, quizá sin pretenderlo, supo armonizar subsistencia y bienestar, desarrollo y sostenibilidad. Nunca pretendió exigir a la tierra una sobreexplotación. Se empleaba un abono orgánico en las tierras, que se producía en los establos de los propios agricultores con los excrementos humanos cuando no existían los retretes y del ganado de tiro, como vacas, mulas y burros. Estos también han desaparecido, aunque se preservan algunas especies, como los burros de la raza zamorano-leonesa, que sobreviven gracias a las subvenciones.
Es obvio que no se puede frenar el progreso tecnológico aplicado a la agricultura, pero sí es pertinente adoptarlo racional y equilibradamente. Si no se hace así, algún día no muy lejano se habrá agotado el subsuelo de una tierra que siempre fue fecunda, incluso la de secano como en la Tierra del Pan.
Olvido y marginación
Ningún gobierno español ha abordado en serio ni el problema de la despoblación, ni de la marginación de la cultura rural, quizá porque a los políticos les importa un comino lo que suceda a quienes viven en el campo, en donde los votantes son cada vez más escasos precisamente porque se truncó el objetivo de un desarrollo equilibrado que respetara los ciclos de la naturaleza y preservara la población.
Es sabido que algunos de los integrantes de la Generación del 98, como Azorín, Machado y Unamuno, intentaron encontrar en el habla y en la forma de vida en los pueblos el espíritu de una España deprimida y desnortada después del desastre en Cuba y en Filipinas.
Actualmente, no existe ni siquiera un interés literario para reconocer el valor humano y cultural de unas poblaciones que envejecen a marchas forzadas y que están totalmente abandonadas. Sus tierras quedarán como cotos de caza y sus hogares ancestrales como casas rurales para disfrute y sosiego de los urbanitas. Se perderán inexorablemente esas palabras que, como se dice en Calila e Digna, penetraron en el corazón y no se arrancarán jamás.





 

 
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